📖🔱 Ansiedad, miedos fundamentales y abducciones
Psiquiatría & Psicología Evolucionista
Los evolucionistas dividimos las preguntas que nos hacemos sobre la raíz de la conducta de los animales, humanos o no humanos, en dos categorías amplias: las que se refieren a la función evolutiva última y las que se refieren a los mecanismos próximos. La función última de una estructura se refiere a las razones por las cuales la estructura en su forma actual se ha retenido a través del tiempo evolutivo, frente a las muchas formas alternativas de la misma estructura que se generan en cada generación a través de la mutación genética y la recombinación.
Las preguntas mecanicistas hacen alusión a cómo funciona una estructura. El color de la piel humana es producido por la melanina, un pigmento que se sintetiza a partir de la tirosina, un aminoácido, en células especializadas llamadas melanocitos, y se transporta a otras células epidérmicas en vesículas llamadas melanosomas. Todos estos son detalles de cómo la pigmentación cumple su función. Las explicaciones funcionales y mecanicistas pueden llevarse a cabo de manera algo independiente unas de otras en primera instancia. Podemos determinar para qué sirve la pigmentación sin necesariamente conocer todos los detalles de cómo se produce la melanina. El pensamiento funcional, en ese sentido, es potencialmente útil, incluso para los investigadores con mayor orientación mecanicista, ya que la función de una estructura impone restricciones sobre cómo puede funcionar y, por lo tanto, limita el espacio de búsqueda de posibles hipótesis que los investigadores quieran seguir. Pese a eso, no todo es funcional o adaptativo en términos de fitness.
En investigación psiquiátrica, el enfoque se ha centrado principalmente en las explicaciones mecanicistas de los síntomas de ansiedad (por ejemplo, qué fármacos tienen funciones ansiolíticas o ansiogénicas, y qué áreas del cerebro y sistemas neurofisiológicos están implicados) probablemente en detrimento de cuestiones más inmediatas, próximas y contextuales. Aunque generalmente se acepta que la ansiedad sirve para preparar a una persona para las amenazas, hasta ahora solo unos pocos pioneros han pensado en detalle acerca de las implicaciones de su función. Una pregunta que tiende a surgir al considerar las condiciones psiquiátricas desde un punto de vista evolutivo es dónde se encuentra el límite entre la función y la disfunción. Un mecanismo funciona fundamentalmente en un sentido evolutivo (especie) si tiene un nivel de respuesta que, promediado en todos los individuos y los entornos en los que viven, maximice la supervivencia y la reproducción.
Este es un criterio muy diferente de los utilizados para delimitar los límites clínicos en psiquiatría, que se basan principalmente en el nivel de sufrimiento y la calidad de vida. Si un mecanismo produce angustia o afecta la calidad de vida, esto no significa necesariamente que esté funcionando mal en el sentido evolutivo. Para muchas adaptaciones, como el sistema nocireceptivo o del dolor, es parte de su diseño que causen estados subjetivamente desagradables, y la viabilidad de los individuos se reduciría si no lo hicieran en las circunstancias apropiadas. Por lo tanto, aunque indudablemente algunos casos de trastorno de ansiedad son patológicos, ya que los mecanismos de control que regulan la respuesta de ansiedad se han desregulado, también es posible que algunos casos representen respuestas adaptativas apropiadas a la situación en la que la persona se encuentra actualmente. Dicho de otra manera, toda conducta es adaptativa en ese sentido.
La propensión a la ansiedad y los síntomas de ansiedad se distribuyen a lo largo de un continuo en la población humana, y los niveles de síntomas predicen los resultados de manera gradual. Además, la evidencia epidemiológica sugiere que la probabilidad de supervivencia a largo plazo es menor en personas con un bajo nivel de propensión a la ansiedad que aquellas en el medio de la distribución. Ni siquiera está bien establecido que, en personas con niveles clínicos de ansiedad, la ansiedad necesariamente perjudique la aptitud biológica. En un estudio reciente, los pacientes con ansiedad y depresión comórbida clínicamente definidas tenían una mortalidad más baja que aquellos con depresión y más discapacidad. Todo esto respalda la opinión de que la ansiedad clínica comparte un continuo con la respuesta de ansiedad normal y protectora, y que ubicar el límite entre la función adaptativa y la patología no es sencillo, ni filosófica ni empíricamente. Además, la presencia de disfunción puede no ser el criterio apropiado para asignar el tratamiento. Por ello, y por otras razones, la historia evolutiva de la ansiedad y el miedo es larga, sucia y lo suficientemente peluda como para entreteneros un rato.
Decía Benjamin Franklin que no hay nada seguro, excepto la muerte y los impuestos. Yo añadiría los miedos fundamentales, porque el miedo es libre. Los miedos fundamentales proporcionan razones para temer una amplia gama de estímulos, mientras que los miedos comunes no tienen esta característica. Por ejemplo, considera las relaciones racionales entre tres miedos diferentes: (a) el miedo a las serpientes; (b) el miedo a las alturas; y (c) el miedo a la ansiedad. El miedo a las serpientes y las alturas no están racionalmente relacionados entre sí en el sentido de que tener uno de los miedos no es una razón para tener el otro miedo. No tiene sentido que una persona diga: «Tengo miedo a las alturas porque tengo miedo a las serpientes». Por otro lado, el miedo a la ansiedad está racionalmente relacionado con el miedo a las serpientes y las alturas. Una persona racional podría decir: «Tengo miedo a las serpientes y las alturas porque temo que tendría un ataque de pánico si me encontrara con esos estímulos». Una persona que tiene un miedo inusual (o sensible a) la posibilidad de un ataque de pánico tiene una razón para temer potencialmente a las serpientes, las alturas o cualquier otra situación que pueda provocar pánico.
Los temores fundamentales deben ser apoyados evolutivamente de tal manera que el miedo producido por el estímulo tenga un sesgo de selección lógicamente defendible. Los niveles fenotípicos normativos deberían proporcionar ventajas evolutivas individuales y grupales a nivel lógico, con niveles fenotípicos extremos que favorecen al grupo. Por ejemplo, un sistema inhibitorio conductual y normativo sería apoyado evolutivamente a nivel individual, mientras que uno extremadamente bajo para un subconjunto grupal podría facilitar la protección contra los depredadores. Estos miedos deben distribuirse de manera continua y normal en la población. Un miedo inherente sería apoyado biológicamente con una base genética subyacente, debe estar presente en algún nivel en la mayoría de los individuos sanos, con patología y / o ventajas específicas de grupo en lugar de ventajas individuales que se producen en los extremos (o colas de la distribución), estos, a su vez, deben ser no derivados (o lógicamente irreductibles) y a medida que se vuelven cada vez más fundamentales o de orden inferior (no derivados), deben requerir menos determinantes a priori. Por ejemplo, «¿Qué induce el miedo a estar desempleado?» podría continuarse con: «¿Qué es lo que induce al miedo a no ser pagado?» En algún momento, el proceso iterativo de reducción lógica de la flecha hacia abajo debería producir una lógica tautológicamente expresada retóricamente como temo, porque temo.
Una persona que teme a la muerte, por ejemplo, puede no temer a la muerte, per se, sino que teme (1) el proceso de morir, que es reducible a otros miedos (por ejemplo, miedo al dolor); (2) que la muerte será desagradable; (3) incógnitas sobre la muerte (que puede o no implicar una vida futura), haciendo de lo desconocido el objeto del miedo; o (4) el concepto de olvido, un desconocido inequívoco, que requiere un aprendizaje sustancial a priori, pues, ni morir ni desaparecer son conceptos inherentes: ambos deben ser aprendidos. La ausencia de miedo a la muerte entre los niños menores de diez años está en consonancia con algunos estudios en niños que temen incógnitas, oscuridad y serpientes (o a las plantas, ya puestos, cosa que no me queda tan clara), entre otras cosas, mucho antes de demostrar comprensión o miedo a la muerte. Además, la muerte no es necesariamente aversiva o evitada.
Muchas religiones postulan la muerte como una vida futura fantástica y apetecible, y cuando la vida extraterrena y futura es potencialmente apetitiva, cualquier temor asociado debe ser el resultado de (1) una certeza insuficiente en la promesa de esa vida después de la muerte o (2) el proceso de morir como una transición a esa vida futura. En ese sentido, el desarrollo nocional de una vida futura apetitosa puede haber sido hacer frente a incógnitas relacionadas con la muerte porque es no deja de ser una realidad dura.
La nocicepción evoca evaluaciones que pueden producir la experiencia del dolor. El miedo al dolor hace referencia a la experiencia sensorial y emocional desagradable que puede estar asociada con la nocicepción, pero es el resultado de un aprendizaje sustancial y complejo basado en atribuciones de significado a la nocicepción, por lo que no es inherente ni no derivativo. La nocicepción puede ser aversiva, pero no temida, si lo siguiente es cierto: (1) posee longitud corta; (2) intensidad manejable; (3) sin secuelas consecuentes (o no dañinas); o (4) las secuelas consecuentes son apetitivas (p. e., finalización de objetivos; placer). Por tanto el miedo al dolor, aunque es críticamente importante, puede no ser fundamental. Sin embargo tengo serias dudas si la incertidumbre y el miedo a lo desconocido siguen este recorrido.
La amplia congruencia teórica entre las disciplinas que abordan el estudio de la conducta sugiere que las incógnitas y algunas disonancias son inherentemente evaluadas como aversivas, poniendo como elemento central a ese no saber como la peor parte de las situaciones angustiantes y sí podría ser considerado como un miedo fundamental. De hecho, un miedo suficiente para abordar las incógnitas con precaución (es decir, tratar las incógnitas como amenazas potenciales) sería adaptativo, siempre que la intensidad no comprometa las actividades de supervivencia (como buscar comida, refugio o ayuda a los conespecíficos). En consecuencia, la evolución debería haber producido un sesgo de selección para evaluar las incógnitas como probablemente amenazantes y en consecuencia activar el sistema inhibitorio conductual. Los humanos y los animales no humanos estrechamente relacionados (p.e., los bonobos) prefieren la certeza al riesgo, pero se adaptan según el historial de aprendizaje (esto es, el conjunto de encuentros con incógnitas) y las variables situacionales (o número relativo de conocimientos e incógnitas). De hecho, los bebés primates no humanos responden inicialmente a las incógnitas con miedo y ansiedad, pero se habitúan rápidamente en ausencia de consecuencias aversivas. En los mamíferos no primates, al principio se evitan los objetos desconocidos que evocan miedo, lo que aumenta la seguridad inmediata del animal. Sin embargo, si el nivel de miedo es bajo o cuando disminuye con el tiempo o gana distancia, los animales comienzan una exploración activa del objeto, territorio o contexto desconocido que evocó su ansiedad o miedo, y la información recopilada en el proceso de exploración les permite para adaptarse a la novedad o los cambios ambientales. A su vez, los animales salvajes tratan las incógnitas como más aversivas que los animales criados en la relativa seguridad de los laboratorios no solo por limitar la incertidumbre en un espacio cerrado y estable, sino porque están más expuestos a la enculturación, endoculturación o inmersión cultural. Pero, ¿cómo podemos observar la ansiedad, la enculturación y los miedos fundamentales? Pues a través de un elemento que se altera por la primera y fluctúa con las otras dos, como es el sueño.
El sueño es esencial para la función cognitiva o la salud en los humanos y, sin embargo, las razones principales para dormir, es decir por qué evolucionó, siguen siendo misteriosas. En comparación con otros primates, el sueño en grandes simios ha experimentado un cambio evolutivo sustancial, con todos los grandes simios construyendo una plataforma para dormir o nido, un soporte artificial que les aporta seguridad a lo largo de las horas de sueño. Los demás simios, los gibones, no se hacen la cama. El cambio evolutivo adicional caracteriza el sueño humano, ya que los humanos tienen la duración de sueño más corta y la mayor proporción de sueño REM entre los primates. Es probable que estos cambios reflejen que nuestros antepasados experimentaran cierta fitness al estar más activos durante una mayor parte del ciclo de 24 horas que otros primates, algo potencialmente relacionado con las ventajas derivadas del aprendizaje, la socialización y la defensa contra los depredadores o los congéneres hostiles.
Por buenas razones, al sueño REM se le conoce como sueño paradójico: nuestra presión arterial, frecuencia cardíaca y respiración se elevan. De hecho, el patrón de activación de la mayoría de las neuronas durante el sueño REM se asemeja a las de la vigilia y, en algunos casos, éstas se disparan de manera más intensa en ciertas regiones (como, por ejemplo, en la protuberancia, el núcleo geniculado lateral y la corteza occipital), que cuando estamos despiertos. Esto, de hecho, no es demasiado sorprendente, ya que tenemos nuestras ensoñaciones más vívidas e intensas durante el sueño REM y a menudo implican tramas complejas y enrevesadas. Para que no podamos representar estos sueños y lastimarnos, nuestro cerebro tiene una solución ingeniosa: nos deja temporalmente paralizados de pies a cabeza. Esta parálisis (atonía postural) se desencadena por la protuberancia (incluida la formación reticular pontina) y la médula rostral ventromedial que suprimen el tono musculoesquelético durante el sueño REM mediante la inhibición de las neuronas motoras en la médula espinal, a través de neurotransmisores GABA y glicina.
Ocasionalmente se produce la activación perceptiva, pues comenzamos a despertar y a elevar nuestro grado de consciencia, mientras estamos bajo el hechizo de la parálisis REM. El resultado es una condición curiosa llamada parálisis del sueño, donde la persona queda atrapada, incapaz de moverse o hablar al quedarse dormida o al despertar. Curiosamente durante la parálisis del sueño, el sistema sensorial está activo, y los movimientos oculares y respiratorios permanecen intactos, culminando en un estado de semi-consciencia junto con parálisis corporal. Si bien alguna vez se pensó que solo surgía en el contexto de la narcolepsia ( con <1% de la población), ahora sabemos que el 20% de la población general tiene episodios de parálisis del sueño, donde los sueños vívidos (y a veces aterradores) del REM pueden extenderse a la vigilia emergente. Las alucinaciones hipnogógicas o hipnopómpicas ocurren en todas las modalidades sensoriales e incluyen experiencias extracorpóreas o la detección de presencia de intrusos amenazantes en el dormitorio.
Una alteración funcional de la corteza parietal (derecha) puede dar lugar a la alucinación común de este intruso en el dormitorio que observamos durante la parálisis y en ausencia de señales sensoriales aferentes, y podría causar esta alteración de la «imagen corporal» con algunas regiones implicadas, como el lóbulo parietal superior derecho y la unión temporoparietal (TPJ), críticas para la construcción de una representación neural del cuerpo pero también para el juicio que hacemos de los demás. Esencial para esta hipótesis, es la proyección alucinatoria de un mapa corporal ajeno (¿un homúnculo, quizás?), debido a una conducción neural conflictiva eferente/aferente, y que la interrupción de la TPJ usando estimulación eléctrica focal puede inducir la ilusión de una otra persona, similar a la sombra que imita las posturas corporales, o que la hiperactividad en la corteza temporoparietal de los esquizofrénicos puede conducir a la atribución errónea de sus propias acciones a los demás. Podría atreverme, incluso, a evocar el sistema de neuronas espejo (MNS) como crucial para dar lugar a esta alucinación «intrusa». Las neuronas en el área V5/Mt de la corteza visual se disparan cuando hacemos movimientos volitivos. De hecho, detectan movimiento. Por eso, un subconjunto de ellas (10%), dispara incluso cuando solo ves a otra persona realizar una acción. Los circuitos que realizan cálculos análogos pueden estar involucrados en la lectura de las intenciones de orden superior que se requieren para construir una teoría de la mente (ToM), pero esto todavía es un tema de debate.
En una parálisis del sueño, el MNS permitiría separarse temporalmente de su cuerpo y ver el mundo desde el punto de vista de otra persona. En otros primates, esto requiere la presencia física de otro individuo, mientras que en humanos podría ser que la conectómica del MNS fuese tan profunda, como para establecer la síntesis prefrontal así como para permitirle un punto de vista virtual (es decir, imaginar lo que estaría viendo si estuviera en el lugar de la otra persona). Sin embargo, aunque vea temporalmente el mundo desde la ubicación de otra persona, literalmente no abandona su cuerpo. Es decir, no tiene una experiencia extracorporal u OBE. Esto se debe a que el MNS tiene múltiples salidas, que están fuertemente moduladas por dos fuentes. Primero, aferentes sensoriales del cuerpo y, segundo, la interacción triádica entre MNS, corteza prefrontal y V5. Esta interacción implica una convergencia de entradas correctas y sus zonas objetivo en V5. Asimismo, no es sorprendente que el daño a la corteza prefrontal a veces provoque equopraxia, es decir, imitar lo que está haciendo alguien cercano.
De manera análoga, la disrupción masiva de la información sensorial durante la parálisis conduciría a una desinhibición similar del MNS y su propensión a proyectar su cuerpo en otro individuo, si eres un chimpancé, u otro cuerpo virtual, si eres humano. Una perturbación de estas interacciones conduciría a las manifestaciones más floridas de un secuestrador alienígena, intruso de dormitorio u otro terror alienante vistos con tanta frecuencia como resultado de la masiva deferencia que ocurre durante la parálisis del sueño REM. Sin embargo, esto no me explica por qué algunas personas perciben que son abducidas, otras ven sombras y otras únicamente no pueden moverse.
En primer lugar, Thalbourne y Houran (2000) hablan de transliminalidad, «una tendencia para que el material psicológico cruce (trans) umbrales (limines) dentro o fuera de la conciencia». Los indicadores de este rasgo subyacente incluyen absorción, propensión a la fantasía, creatividad y experiencias paranormales, como ocurre en ocasiones en la esquizotipia. Aún así, no está claro por qué algunas personas optan por una interpretación de abducción extraterrestre, mientras que otras suponen que están atormentadas por un fantasma o que deben haber estado soñando después de todo (aunque saben que estaban despiertas). Es decir, no está claro por qué una narrativa cultural es favorecida sobre otra (por ejemplo, fantasmas contra alienígenas). Sin embargo, los secuestrados suelen tener una amplia gama de creencias de la New Age (por ejemplo, proyección astral, predicción del futuro) que podrían haberlos hecho especialmente propensos a respaldar una interpretación de encuentro alienígena de sus episodios de parálisis del sueño.
En segundo lugar, la forma en que una persona lo interpreta depende de las narrativas culturales disponibles (por ejemplo, fantasmas, visitas extraterrestres, enfermedades neurológicas) y su credibilidad a la persona que busca explicar esta notable experiencia. Por eso el papel de la enculturación es tan importante en según qué discursos dominantes. Veáse, por ejemplo, el aluvión de experiencias de abducciones entre los años 40 y 70 en EE.UU. durante la Guerra Fría por parte de veteranos de la Segunda Guerra Mundial o la Guerra de Corea que viven rodeados de la nada, en pleno flyover country. También es importante observar su relación con el TEPT, como cuando se estudió a los refugiados camboyanos que habían estado expuestos a estrés post-traumático durante el régimen de Pol Pot, y Hinton et al. (2005) descubrieron que prácticamente la mitad de los encuestados informó al menos un episodio de parálisis del sueño durante el año anterior con experiencias similares a secuestros por entidades oscuras.
En tercer y último lugar, la historia de aprendizaje de cada uno quizá tenga un tinte incluso más oscuro que un encuentro en la tercera fase. Algunos estudios sugieren que las personas que informan haber sido secuestradas por extraterrestres o abusadas sexualmente cuando niños experimentan episodios de parálisis del sueño en tasas muchísimo más altas que aquellos que niegan historias de abducción extraterrestre o abuso infantil. En unos informan sobre el secuestro por extraterrestres, cuyas afirmaciones estaban relacionadas con episodios aparentes de parálisis del sueño durante los cuales las alucinaciones hipnopómpicas se interpretaron como seres extraterrestres, aunque no se les hace fácil recordar (normal) los eventos traumáticos. En otros, los menos, se nombra el abuso sexual infantil explícitamente como razón de una historia de vida marcada por el trauma, el estrés y la ansiedad que se manifiesta durante la parálisis del sueño. Esto no quiere decir que toda persona que padezca parálisis del sueño haya sufrido abusos, pero aquellas a las que se les hace persistente y tienen peores experiencias que ninguna sí han estado expuestas a presencias oscuras que creías conocidas. Porque no hay nada peor que te roben la infancia y no saber que te espera al otro lado de la puerta.
«La emoción más antigua y más fuerte de la humanidad es el miedo, y el tipo de miedo más antiguo y más fuerte es el miedo a lo desconocido»
H.P. Lovecraft
Referencias:
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Canción recomendada:
Magnífica entrada sobre los mecanismos del sueño, tan secretos aún pese al enorme volumen de datos con el que se cuenta en este terreno. Pero no menos valiosa es la relación de esta compleja función cerebral con la cultura y sus avatares, tan diversos. Felicidades.
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Buen artículo, interesante, gracias.
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