📖🦍 Sobre las señales de alarma de los monos verdes y los orígenes del lenguaje
Cognición Animal & Arqueología Cognitiva
Señales, comunicación y lenguaje
Una forma de estudiar la evolución del lenguaje es comparar las habilidades comunicativas de humanos y animales. Se pueden encontrar paralelos con el lenguaje humano en varios niveles, tanto en términos de producción como de comprensión. Particularmente relevantes son los casos de influencias sociales en el desarrollo vocal, casos de balbuceo infantil y otros tipos de aprendizaje vocal. En algunas especies, existe evidencia de efectos de convergencia en toda la población en forma de dialectos transmitidos culturalmente (por ejemplo, estorninos, ballenas y macacos japoneses). En términos de uso pragmático, existe buena evidencia de que la producción de llamadas puede verse influenciada por audiencias específicas, ya sea entre conespecíficos o entre especies distintas, como pasa con las llamadas de los guenons (que ahora después me detendré con ellos) y que son capaces de identificar si viene un depredador concreto aunque la llamada sea de otra especie como, por ejemplo entre una mona diana (Cercopithecus diana), un cercopiteco mona (Cercopithecus mona), una mona de Wolf (Cercopithecus wolfi) o una mona de Campbell (Cercopithecus campbelli). En términos de comprensión, los primates y posiblemente muchas otras especies pueden asignar significado a diferentes llamadas si existe una fuerte relación entre la morfología acústica de una llamada y su contexto de provocación, fuere éste la reproducción o la competencia trófica. En algunas especies, también existe alguna evidencia de especialización hemisférica al procesar llamadas conespecíficas como, por ejemplo, las monas de Campbell, los macacos, los babuinos o los monos verdes, que en estos casos puede darse una dominancia del hemisferio derecho sobre el izquierdo, por lo que probablemente debemos prestar más atención a las asimetrías. Pero bueno, ese es otro tema.
A pesar de toda esta evidencia, actualmente existe un amplio consenso de que el lenguaje humano se diferencia de la comunicación animal de una manera profunda, porque la esencia del lenguaje humano es su compleja organización gramatical, algo que de lo que carecen ampliamente todos los sistemas de comunicación animal. A pesar del considerable esfuerzo dedicado al tema, los orígenes evolutivos de esta propiedad clave del lenguaje han permanecido relativamente esquivos. Eso sí, esto no quiere decir que la comunicación animal no siga ciertos principios combinatorios. Los gibones, las ballenas y los pájaros cantores, por ejemplo, combinan elementos de sonido finitos y estereotipados para formar estructuras más complicadas. En algunos casos, estas estructuras poseen una organización jerárquica, aunque se sabe muy poco sobre la relación entre la estructura acústica y la función comunicativa. Un hallazgo típico es que si la estructura de una secuencia se altera artificialmente, por ejemplo, cambiando la composición o el orden de los elementos, la señal tiende a perder su función comunicativa. Otro punto relevante es que los primates no humanos son perfectamente capaces de discriminar el habla humana compuesta de diferentes formas (por ejemplo, los titíes) y de comprender formas no verbales simplificadas de sintaxis humana (por ejemplo, los simios).
En contextos naturales, también se han observado combinaciones de llamadas espontáneas en primates no humanos, aunque solo hay un pequeño número de ejemplos. Los chimpancés combinan algunas de sus llamadas de forma no aleatoria, aunque queda por investigar la función comunicativa de estas combinaciones. Los bonobos producen cinco tipos de llamadas acústicamente distintas en respuesta a diferentes alimentos, con una relación predecible entre la preferencia de comida del bonobo que emite la llamada y la frecuencia relativa de las diferentes llamadas. Los geladas son capaces de emitir vocalizaciones y chasquidos que recuerdan pero muchísimo al habla humana. Todos ellos los iré desarrollando en las siguientes entregas y comenzaré con especies que, a veces, han sido consideradas plagas o monos menores debido a su generalismo y su pervivencia demográfica, su capacidad de adaptación y su comportamiento social. Hablo, claro, de la tribu Cercopithecini, los anteriormente conocidos como cercopitecos, guenons o monos africanos arborícolas.
No es ningún secreto que los monos cercopitecinos me apasionan, son mi debilidad. Estamos hablando de 76 especies (subfamilia Cercopithecinae) que habitan principalmente en África, con la excepción de los macacos que tienen una distribución amplísima, desde Gibraltar hasta Indonesia y Japón. De este grupo de primates he centrado el poco tiempo que llevo estudiándolos, sobre todo, a dos géneros de la tribu Papinioni, que son los Papio o babuinos y los Theropithecus o geladas, y a dos géneros de la tribu Cercopithecini, en este caso en los Cercopithecus o guenons propiamente dichos, y los Chlorocebus o monos verdes, aunque existen algunos más. Como este blog está centrado en el punto de vista de un neuropsicólogo que se está formando como primatólogo, veremos la importancia que tiene el estudio de las señales de alarma y otras formas de comunicación en estos monos para comprender un dominio cognitivo o conducta que es el lenguaje humano.
La senda del mono verde
Las llamadas de alerta en los monos africanos arborícolas es un tema de interés en primatología porque encontramos símiles entre la emergencia comunicativa (que, como veréis a continuación, buena parte de la comunicación en monos consiste en que no te coman), la ecología (en general) del comportamiento de estas especies y el origen del protolenguaje. Por ejemplo, el comportamiento vocal de las hembras de la mona de Campbell está relativamente bien estudiado, particularmente en cautiverio, y ha revelado una considerable plasticidad acústica determinada socialmente. Sin embargo, los machos de esta especie rara vez participan en los diversos intercambios de llamadas que tienen lugar dentro del grupo, sino que producen una gama de llamadas fuertes y de tono bajo que se transmiten a grandes distancias, denominadas hacks o gritos, mucho más allá de la distribución inmediata del grupo en entorno natural. Estas llamadas se suelen dar ante perturbaciones graves, como la presencia de depredadores y en secuencias, algunas de las cuales se han descrito en estas últimas décadas. Por ejemplo, algunos autores sugirieron que las secuencias de hacks funcionaban como señales de alarma ante depredadores, mientras que otras secuencias de señales (los booms) funcionaban en términos de coordinación espacial inmediata entre individuos de la misma especie. Recientemente descubrimos que los hacks eran una clase de vocalizaciones acústicamente heterogénea, que podría clasificarse en cinco tipos de llamadas estructural y contextualmente diferentes (krak, hok, krak-oo, hok-oo y wak-oo) que combinadas con los booms descubrimos ante nosotros un mundo de color en forma de comunicación exquisitamente compleja. Por ejemplo, si estos monos quieren que otros vayan al lugar donde se encuentran emiten un boom boom; si quieren avisar de que viene un leopardo emiten un krak krak-oo (el número de kraks es mayor cuanto mayor es el nivel de alarma y cuando sólo se oye al leopardo, aumenta el número de krak-oos); y si vienen monos rivales, con un boom boom krakoo krakoo hakoo les tiene que quedar más que claro.

Sin embargo, mi interés y curiosidad se centraron en el género Chlorocebus compuesto de seis especies que, como he nombrado antes, conocemos vulgarmente como monos verdes. Estos estaban clasificados anteriormente como guenons, hasta hace relativamente poco tiempo, y se han hecho célebres en estas últimas décadas por los estudios sobre las llamadas de alerta de estas especies de mono que iniciaron Seyfarth, Cheney y Marler en la década de los 80, y que abrieron camino a otros tantos primatólogos, entre los que destacan Isbell, Manser, Prince, Cusato o Fischer. Estos estudios se han empleado a su vez en Psicología Comparada para entrever los orígenes del lenguaje humano, qué puntos tienen en común las señales comunicativas (en general, de los monos africanos) y el lenguaje como otro estilo de comunicación. Es decir, el lenguaje es un estilo comunicativo pero los estilos comunicativos, por norma general, no tienen por qué ser lingüísticos.

Este género está compuesto por los vervets (Cercopithecus pygerithrus), los grivets (Cercopithecus aethiops), los malbroucks (Cercopithecus cynosuros), los tántalos (Cercopithecus tantalus), los monos verdes de las montañas de Bale (Cercopithecus djamdjamensis) y los monos verdes propiamente dichos (Chlorocebus sabaeus) o monos verdes occidentales, en contraposición a vervets y grivets que se diferencian como orientales, principalmente los vervets. Anteriormente se les consideraba a todos una única especie (grivets) debido a lo aparentemente complicado que es diferenciarlos físicamente hablando (sobre todo a vervets, grivets, malbroucks y monos verdes) y la similitud de sus llamadas de alerta que se han hecho especialmente célebres por su complejidad y que nos hacen pensar sobre el origen de la comunicación semántica. Puesto que para estos monos hay tres depredadores principales, sin contar a otros, que representan una amenaza para ellos podemos encontrar una diferenciación entre las llamadas que alertan sobre la presencia de leopardos, las que alertan sobre la presencia de águilas y las que alertan sobre la presencia de serpientes. Para cada uno de estos depredadores, los vervets y grivets han desarrollado llamadas de alarma especiales a las que los animales responden con estrategias apropiadas. Por ejemplo, cuando se emite la llamada que alerta sobre la presencia de un leopardo, u otros félidos relacionados, estos monos trepan a los árboles más cercanos para encontrar refugio en el dosel. Cuando emiten la llamada del águila, u otras rapaces, miran al cielo en busca de dicha amenaza e intentan esconderse entre los lugares donde las rapaces no son capaces de acceder, como rocas y arbustos. Por último, cuando se emiten la llamada que alerta sobre la presencia de serpientes, se posicionan sobre las dos patas traseras y permanecen inmóviles para reducir las probabilidades de mordedura a la mitad. Si pasas de ponerte de cuatro a dos patas es una cuestión matemática aplicada a la supervivencia. Los monos verdes occidentales, sin embargo y pese a estar estrechamente relacionados, también emiten llamadas de alarma para leopardos y serpientes, pero ninguna para los depredadores aéreos.
No es un pájaro, ni es un avión, sino un dron
Los monos verdes de un estudio realizado en la estación permanente que tiene el Centro Alemán de Primates (Deutsches Primatenzentrum, DPZ) en Simenti, Senegal, respondieron a una nueva amenaza: ciertos objetos voladores no identificados situados a unos 60 metros de altura (en este caso, drones) y emitieron llamadas de alarma que eran claramente distintas de las que se daban en respuesta a los modelos de leopardos y serpientes. Al mismo tiempo, estas llamadas eran sorprendentemente similares en su estructura acústica de las señales de alarma aéreas pronunciadas por los vervets del este de África, en respuesta a la presencia de las águilas y otras rapaces. A su vez, los sonidos del dron fueron grabados y luego reproducidos para estos animales, donde unos reaccionaron al sonido del dron con llamadas de alarma, mientras otros miraban al cielo y se escondieron entre los rincones más estrechos como respuesta típica ante una amenaza aérea en las especies orientales. Estos resultados, así como investigaciones previas de la ontogenia de las llamadas de alarma en monos verdes infantiles, sugieren que el vínculo entre la percepción de una amenaza aérea y la emisión de una llamada específica está en gran parte hard-wired, lo cual no quita que también haya flexibilidad de conducta, contenido cultural y aprendizaje como observaremos ahora.
La similitud general de las llamadas dadas en contextos de depredadores apoya además la opinión de que la estructura de estas señales de alarma está muy conservada entre las dos especies. Los hallazgos son relevantes en el contexto del debate en curso sobre el alcance del aprendizaje vocal en primates no humanos, que si existe una comunicación generativa o es aprendida, o ambos. Existe una fuerte evidencia de que los primates no humanos no son aprendices vocales en el sentido de que requieran información auditiva previa para desarrollar el repertorio normal específico de la especie. Por ejemplo, los bebés de monos criados bajo aislamiento social y acústico o que son criados de forma cruzada entre especies distintas adquieren los repertorios vocales típicos de su especie. También existe, claro, alguna evidencia de que la retroalimentación social afecta la trayectoria de desarrollo de la producción vocal en titíes, por ejemplo, y de la producción vocal en chimpancés.
Sin embargo, en última instancia, todos los animales produjeron los mismos tipos de llamadas. Respecto a la comprensión de llamadas y otros sonidos en el entorno, es muy adaptativo para un animal poder usar sonidos como predictores de eventos en curso o próximos para ajustar sus respuestas en consecuencia. De hecho, los primates no humanos pueden asociar las llamadas de alarma de otras especies con las respectivas situaciones de amenaza, como ya he nombrado antes. Sin embargo, no está claro cuánta experiencia se necesita para establecer tales asociaciones. Las respuestas a la reproducción de los sonidos del dron después de una sola presentación mostraron que los monos verdes pueden dar significado instantáneamente a un sonido novedoso y retener este conocimiento. Este rápido aprendizaje en el dominio auditivo contrasta radicalmente con los resultados de los intentos de entrenar a los monos a través condicionamiento operante utilizando sonidos como señales discriminatorias. Por qué los monos tienen tantas dificultades para usar sonidos en tales paradigmas de elección sigue siendo una pregunta desconcertante, dado que el aprendizaje de una sola prueba en el dominio auditivo parece ser posible. Estos hallazgos apoyan la visión de una dicotomía fundamental en el grado de flexibilidad en las producciones vocales versus la comprensión de llamadas. En conjunto, estos estudios indican que la aparición de habilidades de aprendizaje auditivo precedió a la evolución de la producción vocal flexible, y tiene todo el sentido, porque hablaríamos de un conjunto de aprendizajes que forman una tradición cultural (llamadas de un tipo u otro) que a su vez actúan como presión selectiva como categoría y, por tanto, elemento cognitivo. Pero no nos adelantemos, acompañadme primero a las Antillas para seguir comprendiendo más la diferencia entre comunicación y lenguaje.

La isla de los monos
La capacidad para reconocer y diferenciar entre depredadores y no depredadores es un componente crucial del comportamiento exitoso contra los depredadores. Si bien hay evidencia de que tanto los mecanismos genéticos como los ambientales median los comportamientos anti-depredadores en varias especies animales (mi visión se centra en la interacción entre ambas), se desconoce hasta qué punto cada uno de estos dos mecanismos es utilizado con mayor peso por los Chlorocebus. Los considero especiales por lo obvio, por crear categorías entre llamadas distintas, pero es que además los monos verdes occidentales tienen una serie de peculiaridades que los hace especiales y a mi parecer, necesarios para los estudios de la ecología del comportamiento tanto si lo queremos entender en términos de bioacústica como de comunicación más cercana a un protolenguaje.
Durante la época en la que franceses y británicos se rifaban el control del Caribe, en pleno auge de la piratería, estos monetes fueron introducidos por los primeros con fines mascotistas en las islas de Barbados, San Cristóbal y Nieves con un daño al ecosistema local que ya os podéis imaginar. La facilidad de adaptación del género Chlorocebus es bastante conocida en África, sobre todo en Sudáfrica donde al vervet se le considera (literalmente) una plaga. Pero obviando la antrozoología, seguiremos con el caso del Caribe. En Barbados es bastante común su interacción con los turistas y sus cócteles, porque parece ser que ser dominguero e idiota va de la mano, vayas donde vayas. La cuestión es que parece ser que lo que al principio parecía gracioso, como ver a un capazo de monos borrachos dando tumbos por la playa, ahora ya no hace tanta gracia y se ha convertido en un problema para la convivencia entre primates humanos y no humanos, además de para la fauna local. Pero *suspira* lo sorprendente viene ahora.
En la América insular atlántica no tienen depredadores naturales terrestres de ningún tipo, mucho menos leopardos. Sin embargo, lo sorprendente viene ahora. A un grupo de monos verdes de Barbados se les puso delante imágenes de leopardos y otros depredadores. Hay que recordar que estos monos son oriundos de África occidental y fueron introducidos en las Antillas y, como en el Caribe no tienen leopardos, querían comprobar si la señal de alarma y su transmisión intergeneracional (imitación) se desvanecía después de casi 400 años de aislamiento del continente africano. Sin embargo, los monos reaccionaron ansiosamente al momento ante las imágenes de estos depredadores, menos cuando le quitaron las manchas. Es decir, que solo veían al leopardo al percibir el patrón de manchas.
En un primer experimento, a los monos de dos tropas en libertad se les presentaron fotografías de un depredador ancestral (leopardo) y un no depredador (búfalo africano). En relación con los estímulos no depredadores, las imágenes de un leopardo provocaron menos acercamiento, más llamadas de alarma y más respuestas de escape. Se llevaron a cabo experimentos posteriores para determinar si los monos respondían a una característica específica del leopardo (pelaje manchado) o una característica general del depredador félido solitario típico (mirada fija hacia adelante). Los monos mostraron un enfoque similar a las imágenes de un no depredador desconocido, independientemente de si la imagen tenía ojos de depredador mirando hacia adelante u ojos de no depredador mirando de lado. Sin embargo, una vez cerca de las imágenes, era menos probable que los monos alcanzaran los cacahuetes dispuestos cerca de las imágenes de los ojos de los depredadores que las de los no depredadores. También reaccionaron así ante grabaciones de la señal de alarma del leopardo por parte de los monos verdes africanos (los que siguen en Senegal), mostrándonos quizá la complejidad de los orígenes comunicativos de estas especies. Sin embargo, no consiguieron la respuesta típica de bipedestación ante la llamada de alarma ante presencia de serpientes.
Los primeros investigadores propusieron que el significado de cada llamada de alarma se transmite mediante el aprendizaje observacional. Si esto es cierto, la ausencia del depredador que provoca la llamada de alarma puede conducir a la alteración o la disminución del significado de la alarma, ya que ya no hay oportunidad de que se produzca el aprendizaje observacional y dicho conocimiento o elemento sensiblemente cultural ,desaparecería en una o dos generaciones de monos verdes. Dada la variedad de depredadores y la complejidad del correspondiente sistema de comportamiento anti-depredador visto en monos verdes y vervets, es probable que los mecanismos que subyacen a estos sistemas de reconocimiento y comportamiento involucren componentes tanto genéticos como experimentales. Cheney y Seyfarth, de hecho, han observado posibles evidencias de ambos mecanismos en los vervet siguiendo a grupos de estos monos en su entorno natural durante varios años. Las crías de vervet parecen estar predispuestas a discriminar entre las principales clases de depredadores, terrestres, aviares y serpientes, lo que sugiere un mecanismo genético para el reconocimiento de depredadores, o al menos, categorías de depredadores.
Sin embargo, dentro de estas categorías, los bebés e infantiles tienen más probabilidades que los adultos de cometer errores de reconocimiento, como dar una llamada de alarma de águila a un buitre (no depredador) o una alarma de leopardo a un jabalí, que es inofensivo. Por lo tanto, en esta especie, la capacidad para discriminar entre estímulos dentro de una clase de depredadores potenciales puede ser de origen genético, pero luego perfeccionada por la experiencia posterior y las leyes del aprendizaje que implica, como pasa en muchas especies, innovaciones en forma de matices, en apariencia imperceptibles, pero que, después, desarrollan cambios cualitativos. Por ejemplo, observar a los adultos responder a los depredadores puede ayudar a los monos jóvenes a refinar las imágenes de búsqueda de depredadores o a retener la reacción exagerada ante los no depredadores, incluso si hablamos de novedades, como la primera vez que se encuentra una especie con otra. Y más allá del reconocimiento, las especies que son presas deben responder a los depredadores potenciales con comportamientos adecuados contra los depredadores, por ejemplo, llamadas de alarma y tácticas de escape.
Pero al igual que el reconocimiento, las respuestas adaptativas a los depredadores pueden tener sus raíces en mecanismos biológicos no aprendidos o depender de la experiencia. Otro medio para identificar los mecanismos subyacentes a los diferentes elementos del comportamiento anti-depredador, consiste en aislar las especies que son presas de los depredadores durante períodos prolongados, como pasó con la isla de los monos verdes. Si los comportamientos son innatos, la presa debe conservar la capacidad de reconocer, responder y evitar adecuadamente a los depredadores incluso después de varias generaciones de aislamiento, asumiendo que los mecanismos cognitivos y conductuales subyacentes no son demasiado costosos. Sin embargo, si las habilidades de reconocimiento de depredadores, llamadas de alarma y escape específico de depredadores están mediadas por la experiencia personal con depredadores, el aislamiento excluiría la oportunidad de aprender y las habilidades desaparecerían rápidamente de la población.
Un estudio que utilizó esta misma técnica mostró que en los macacos de Sri Lanza (Macaca radiata) se retuvo el reconocimiento de depredadores, pero se perdieron las tácticas de escape específicas ante depredadores, cuando las presiones de depredación se, digamos, «relajaron» durante un período de tiempo. Los macacos que viven en los alrededores de las ciudades están relativamente aislados, de hecho, de ambos tipos de depredadores (leopardos y pitones) que encuentran regularmente sus congéneres que viven en los bosques. Cuando se evaluó su respuesta ante las pitones los monos del bosque, conocedores de los depredadores, respondieron con menor intensidad (permanecieron en el suelo e hicieron leves llamadas de alarma) de lo que mostraron hacia un leopardo. En contraste, los macacos de la ciudad, ingenuos en depredadores, no usaron tácticas de escape que se correlacionaran con la amenaza específica. En cambio, respondieron tanto a la pitón como al leopardo con la misma táctica de escape: correr hacia los árboles y emitir intensas llamadas de alarma. Los macacos de la ciudad reconocieron fácilmente a la pitón como una amenaza. Sin embargo, al no tener la oportunidad de conocer los niveles de amenaza relativos asociados con cada tipo de depredador y, por lo tanto, la respuesta adecuada, el comportamiento de los macacos de la ciudad derivó en una respuesta general contra los depredadores dada hacia ambos tipos de depredadores. El comportamiento de los macacos aislados indica que, para este primate, los mecanismos genéticos pueden gobernar los procesos perceptivos involucrados en el reconocimiento de depredadores, pero la experiencia es necesaria para ajustar la respuesta conductual que sigue al reconocimiento. Y aquí entra la ecología social de cada especie.
Independientemente de la trayectoria evolutiva de las llamadas de alarma vervet, algunos resultados sugieren que la selección sexual ha actuado en las hembras más que en los machos para producir llamadas estructuralmente distintas en respuesta a diferentes categorías de depredadores. Esto difiere de especies como el capuchino de cara blanca (Cebus capucinus) en el que machos y hembras producen las mismas llamadas de alarma específicas de depredadores; especies como el mono de nariz blanca (Cercopithecus nictitans) en el que los machos tienen un repertorio más grande de llamadas provocadas por depredadores que la hembra; y especies como el babuino chacma en el que machos y hembras producen una llamada de alarma específica unisex, con subtipos clasificados relacionados con diferentes contextos de depredadores y no depredadores. Los monos vervet viven en grupos filopátricos de múltiples machos y múltiples hembras (o multimacho-multihembra) con una época de reproducción distinta, de modo que las hembras tienen más parientes dentro del grupo y el macho alfa no puede monopolizar los apareamientos. Teniendo en cuenta estos factores sociales, las diferencias de sexo en las llamadas de alarma «vervet» podrían explicarse si, producir llamadas de alarma, mejora la fitness de la hembra al aumentar tanto la supervivencia individual como la supervivencia de los parientes cercanos, al advertir a los parientes o defender a la descendencia a través de respuestas apropiadas ante diferentes clases de depredadores; o aumenta la aptitud del macho principalmente aumentando el éxito reproductivo, no por la supervivencia de la descendencia, sino a través de la atracción de pareja y / o la competencia macho-macho.
Los experimentos de reproducción llevados a cabo en machos adultos de vervet apoyan esta afirmación, la de que las llamadas tienen una función dual como alarma y display. Mirando más ampliamente la influencia de los factores sociales en la producción vocal en los animales, la complejidad social se ha propuesto como un impulsor de la complejidad comunicativa y está relacionada con el tamaño del repertorio vocal en una amplia gama de primates y con el número de llamadas de alarma dentro del repertorio vocal. Sin embargo, la diversidad de sistemas de llamada de alarma que se encuentran solo dentro de la subfamilia Cercopithecinae, enfatiza la necesidad de análisis comparativos amplios para desentrañar la influencia del sistema social, la filogenia, la presión de depredación y el medio ambiente en la evolución de las llamadas de alarma específicas del contexto en primates. Pero centrémonos en la formación de las categorías.

Las categorías y sus relaciones
La formación de una categoría es la diferenciación de una unidad teórica, semántica o sentido, sensible a la transmisión cultural. O mejor dicho, la conceptualización de una conducta como respuesta concreta a la resolución de una acción del organismo en un ambiente concreto. La variabilidad de estas respuestas solamente marcan el inicio de la innovación si ésta se adopta, o sirven para su propósito y, además, se aprenden. Pero en algún momento tiene que darse la novedad y la innovación categorial, pasando de lo cuantitativo a lo cualitativo. Y si es cualitativo, es cognitivo, lo cual no deja de ser conducta.
La idea es que puede darse en un momento dado una respuesta dada ante una exigencia ambiental, por ejemplo ante la presencia de peligro. Si en un momento u otro la modulación de esa respuesta pasa a ser conducta a través del aprendizaje, también lo hace a través de la innovación de esos matices que van modificando las respuestas en función de las exigencias. Porque no es lo mismo ponerse a dos patas traseras que esconderse en un dosel. Y es que la diferencia principal entre comunicación y lenguaje es probablemente ese cariz innato que a su vez ha estado modulado por un sinfín de respuestas intergeneracionales formando otra presión selectiva, a través de las tradiciones, esto es, la formación de una selección cultural que modula una respuesta inicial de peligro a tres conductas derivadas específicas de tres peligros discernibles: el leopardo, el águila y la serpiente. Por eso, los monos orientales poseen de base la llamada del águila pero los occidentales parecían haberla olvidado. Sin embargo, sabemos que no es así, que son capaces de recordar su uso cuando les pones un peligro aéreo. Y es por ello, que considero algo que a veces se nos escapa y es que probablemente tanto estos monos como nosotros tengamos algo en común: aprendemos a comunicarnos a través de marcos relacionales.
En términos generales, la teoría de los marcos relacionales (TMR) concibe el lenguaje como un sistema de símbolos construidos socialmente que permiten una interacción más efectiva con el ambiente a través del proceso psicológico que lo subyace o fundamenta: la respuesta relacional derivada. Esto es, que no es necesario aprender todas las relaciones entre elementos para asociar un elemento (por ejemplo, un leopardo) a una llamada concreta, o viceversa. Es más, ni siquiera es necesaria la presencia de ese elemento (un sonido, por ejemplo, de dron) para responder de una manera concreta u otra (emitiendo una llamada o huyendo de una manera determinada). Pero lo apasionante es que se forman esas relaciones que terminan formando una categoría, como los depredadores aéreos, que se pueden derivar en múltiples elementos que elicitan la misma respuesta. Es el ejemplo del depredador aéreo, que sirve tanto para águilas o drones, o el de la mirada de felino, sin que exista la presencia del elemento que originalmente estableciera esas relaciones e inferencias. Además, todos los marcos relacionales tienen tres elementos que los definen: la implicación mutua («si emitimos la llamada del leopardo ante la presencia de manchas, no emitimos la llamada del leopardo en ausencia de estas»), la implicación combinatoria («si emitimos la señal de alarma ante las águilas y las águilas son algo diferentes de los drones, la llamada de alarma de águilas y drones serán algo diferentes») y la transformación de la función del estímulo, en este caso, de estímulo a categoría a través de un aumento o disminución de las respuestas, que pasan a ser conductas, a través de múltiples generaciones de monos con historias de vida sensibles a cambios ante matices concretos.
La diferencias o claves que encuentro entre la comunicación en estos primates y el lenguaje humano, más allá de la gramática, es que estas relaciones se han complicado por al menos tres aspectos principales. El primero es que somos menos innatos en términos comunicativos, emitimos menos llamadas que denominaríamos hard-wired y más respuestas relacionales derivadas sensibles al aprendizaje. El segundo es que nuestros nichos culturales son inherentemente acumulativos, incluso con matices mucho más livianos, en menos generaciones que las de otras especies y, por lo tanto, más sensibles a la hora de crear categorías que son, ni más ni menos, que gadgets cognitivos al ser cualitativos. Esto implica que el conjunto de respuestas relacionales sea mayor y, por tanto, la comunicación sea tan compleja como para derivarse en lenguaje. Por último, y quizá el más importante de todos, es que el lenguaje humano es la máxima expresión de comunicación basada en la acción. Un conjunto de sonidos que ordenados de una manera u otra transmiten información sobre hechos, empezando por el acto de existir. De hecho, podríamos decir que es una acción aprendida que describe acciones aprendidas.
En definitiva, una metapraxia o praxia social. Una acción aprendida que a través de nuestra evolución como especie, rasgo derivado por ser simios, que también diferencian acciones, y que forma parte de un grupo mayor como es el de los primates, animales especialistas en la manipulación del ambiente y de sus conespecíficos, porque no olvidemos que comunicarse es manipular conductas ajenas, y ha sido uno de los puentes de la selección cultural que modula a la propia selección social y sexual, y la cognición social y física. Es decir, ha conformado por sí misma la capacidad de establecer relaciones entre nuestros individuos para conocer los ambientes que circundamos, empezando por nuestro ambiente social. El hecho de crear respuestas relacionales derivadas entre categorías basadas en objetos perceptibles y categorías basadas en acciones (que también encontrábamos en el boom boom de las monas de Campbell) establece un nicho cultural (y por tanto, basado en categorías o gadgets cognitivos) de respuestas y conductas que sufren sí o sí una presión selectiva mayor que la de los monos verdes, y que exigirá una gestión de tiempo mayor para todo tipo de conductas, organizándolas en tiempo y espacio, en sentimientos, anhelos y expectativas, para formar un estilo comunicativo único: un lenguaje que organiza todo elemento privado de nuestra conducta, a través de la gramática (como consecuencia de categorías entre objetos y acciones) incluso de aquello que todavía no conocemos pero ansiamoso imaginamos, y que es antecedente y consecuente de múltiples debates, entre conducta y cognición, entre natural y aprendido.
Por eso, por ser único, es por lo que todos tenemos una opinión pero no lo llegamos a entender del todo.
Referencias:
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Canción recomendada:
Quite fascinating. Y está, además, la cuestión de los monos traductores: http://vanityfea.blogspot.com/2009/08/monos-traductores.html
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Gracias, José Ángel. Son fascinantes, sin duda, y probablemente me hayas dado la idea de ampliar más adelante con la cuestión de los C. diana. Un abrazo.
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