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Cognición Animal & Arqueología Cognitiva
Las interfaces cerebro-artefacto, conocidas en inglés como Brain-Artefact Interface o BAI (Malafouris, 2010), se emplean para explicar, en particular, el tipo de mediaciones tecnológicas que permiten la configuración de sintonía entre la plasticidad neuronal y la plasticidad cultural, extendiéndose más allá del dominio de las herramientas de piedra, y se relaciona también con procesos simbólicos y prácticas sociales más recientes que aparecen mucho después de nuestra puesta en escena, hace entre 200.000 y 70.000 años, con una serie de efectos o propiedades muy claros.
Estos interfaces permiten una mejora protésica pasiva, mejorando las cualidades de un organismo para procesar la información del entorno a unos niveles que sin estos objetos jamás alcanzarían, como las gafas para un miope magno; permiten, a su vez, la coevolución entre el organismo y la cultura material (lo que llamamos compromiso material), cambiando para siempre la naturaleza de las relaciones entre los seres humanos y la de éstos con su entorno permitiendo, por ejemplo, la construcción de nicho de especialistas y acelerando exponencialmente, como ya hemos observado, el progreso. El aprendizaje de la forma escrita del lenguaje u ortografía, por ejemplo, interactúa con la función del lenguaje oral, de hecho aprender a escribir y a leer durante la infancia influye en la organización funcional del cerebro, creando diferencias considerables entre sujetos que están alfabetizados y aquellos que no lo están. Pero, ¿cómo actúan estos elementos?
Las BAI permiten crear un enlace entre elementos cuyos cursos o ritmos temporales y vitales son radicalmente distintos a nivel neurofisiológico, ontogenético y cultural y, además, tienen un claro efecto en cuanto plasticidad cerebral. En primer lugar, éstas afectan a un amplio cableado estructural, ya sea mediante el ajuste fino de las vías cerebrales existentes o mediante la generación de nuevas conexiones dentro de esas mismas regiones y, en segundo lugar, amplían la citoarquitectura funcional del sistema nervioso central y sus procesos cognitivos, ya sea agregando nuevos nodos de procesamiento de información o cambiando las conexiones entre los nodos existentes, siendo capaces de transformar y reorganizar la estructura misma de una tarea funcional.
También nos permite entender el proceso de individuación. La génesis de la autoconciencia excede, según este modelo, los límites del cerebro situándose entre éste, los cuerpos y los elementos que trabajamos, como aquellos que permiten identificarnos los unos a los otros simplemente por ser elementos decorativos y que cuya función sigue siendo el resultado de la persistente interacción de estos tres elementos. Esto nos lleva a una consciencia especial que llama tectonoética o consciencia del constructor, en continua interacción entre clanes, grupos, familias e individuos, y los elementos que trabajan, ayudando a crear marcos normativos y roles. En definitiva, tecnología y cultura como condiciones favorables para cerebros que pueden (o no) emplearlos como baliza en su desarrollo.
Esto, al fin y al cabo, es uno los principios de la innovación tecnológica pues, desde una perspectiva evolutiva, los progresos en las distintas industrias líticas, es decir, usar una herramienta de piedra para hacer otra herramienta, por ejemplo, también de piedra, y mejorarla para crear tecnología se consideran, junto con el lenguaje, el aprendizaje por instrucción y posiblemente la Teoría de la Mente, los aspectos que nos hacen indudablemente humanos. La escritura sería, en este caso, la culminación de estos artefactos de cientos de miles de años, la interfaz perfecta que nos proyectaría hacia adelante de maneras insospechadas.
[Extracto de Cuentos de arena y sal]
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Referencia:
Lambros Malafouris, The brain–artefact interface (BAI): a challenge for archaeology and cultural neuroscience, Social Cognitive and Affective Neuroscience, Volume 5, Issue 2-3, June/September 2010, Pages 264–273, https://doi.org/10.1093/scan/nsp057