Cognición Social (3). ¿Por quién doblan las campanas?

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Cognición Animal & Arqueología Cognitiva

Érase una vez que se era, vivía un ladrón en una pequeña aldea. Un día el ladrón, fascinado e hipnotizado por un sonido que éste no podía describir con palabras, robó una campana del templo de Hanuman y corrió con todas sus fuerzas hacia la densa selva. Un tigre, que escuchó el tintineo y el tañir de la campana, y sintiendo una terrible curiosidad felina por localizar el sonido liminal del precioso metal, salió del espeso verdor. Tan pronto como vio al ladrón, se abalanzó sobre él y lo mató de inmediato, cayendo al suelo la campana e ignorando la bestia el origen de la mágica melodía. Después de unos días y engullida por el denso manto natural, un grupo de monos que paseaba por sus sendas y lindes, vio la campana y la levantó, quedando perplejos por la belleza de su presencia y su tintineo.

Todas las noches y con la Luna presente, los monos solían sentarse en la cima de un árbol que presidía la colina más alta en el bosque para disfrutar del melodioso tañer del timbre. Tras largas noches en vela los aldeanos, temerosos pero a su vez curiososos por saber qué o quién hacía sonar la campana todas las noches cuando todo el mundo duerme con el estruendo ensordecedor que rodea al silencio terrible que enmudecía a la selva, se armaron de valor. Cuando entraron al bosque para encontrar la fuente del sonido, encontraron los restos del cadáver del ladrón. Se asustaron y pensaron: «Debe haber algún espíritu maligno por aquí que mata a los seres humanos y que luego tañe la campana para celebrarlo».

Comenzaron a huir del pueblo para salvar sus vidas. Incluso informaron al rey que la aldea estaba siendo perseguido por un espíritu maligno vengativo que volvió para ajustar cuentas que no pudo resolver en vida. Con todo, nadie en todo el reino quería arriesgar su vida y descubrir cuál era el problema, por quién doblaban las campanas.

Sin embargo, cuando toda la esperanza de su mundo parecía haberse esfumado como la presencia de los monos que atosigaban cada noche, una anciana inteligente y audaz que había visto y oído más que lo que podía corresponder a una vida dio un paso al frente. Ella pensó para sí misma: «No creo que haya ningún espíritu maligno que atormente a la selva y a sus bestias, así como a las humildes gentes temerosas de esta aldea. Descubriré quién toca el timbre y resolveré el enigma que nos atormenta».

Una tarde entró valientemente en el espeso verdor abrazando la noche sola pues, pese a los peligros propios que nacían de las entrañas de la selva, la mujer se sabía demasiado mayor para perder nada y demasiado astuta para creer en cuentos de espíritus que ella misma narraba a sus nietos cuando se portaban mal. Si algo debía de temer era a la vida que se esfumaba.

Con el paso de las horas el denso manto oscureció y todo a su alrededor enmudeció con ese silencio que vaticina la desgracia. Comenzó, sin embargo, a tañer la campana desde el interior del bosque desde un tenue pero prístino sonido fantasmal hasta hacerse insoportable. El silencio dio pasó al estruendo de las bestias. La anciana, sin embargo, siguió la senda que marcaba la campana, cada vez más fuerte, cada vez más cerca, hasta que llegó a su destino.

Se encogió de hombros al darse cuenta que ya había llegado a su destino y, aunque dudó al principio, miró hacia arriba para encontrarse lo que no esperaba, soltando el candil que le sirvió de guía durante horas. Se dio cuenta de que solo eran unos monos juguetones que tocaban la campana, que disfrutaban peleándose por ella,observando el caos que provocaban. La anciana los miró sonriendo mientras ellos seguían jugando,pues no había mal que no provocara la mano del hombre.

Ahora que la empecinada mujer conocía el secreto de la campana, volvió a la aldea y le espetó al rey:»¡Su Majestad! Estoy segura de que este espíritu maligno puede ser conquistando si adoramos a los dioses como corresponde. Si me da algunas monedas compraré las ofrendas adecuadas para realizar una pooja que devolverá a este demonio del lugar que nunca jamás debió abandonar para atormentarnos y traerá la felicidad a nuestra aldea una vez más, como nunca debió dejar de ser». El Rey, entusiasmado por sus palabras y desesperado por el castigo que parecía atormentar sus noches en vela, accedió a la petición de la anciana.

Con las monedas que había recibido compró algunos guisantes, cacahuetes y frutas que adornó con flores en una cesta pues la ofrenda, fuese a un dios, a un mono o a un espíritu maligno, debía ser acorde con el respeto pero también con la necesidad imperante por volver a sentir paz en sus viejas piernas. Durante la noche volvió a la espesura cada vez menos oscura, pensó, cada vez menos ensordecedora y más amable. Llegó al árbol más alto de la más alta colina, allí donde jugaban los monos, para colocar las ofrendas y esconderse en un arbusto cercano para observar su reacción en la distancia. Estos, como la anciana había anticipado correctamente, pararon de jugar al ver los comestibles, soltaron la campana y corrieron hacia la cesta.

La astuta mujer se levantó y cogió la campana del suelo, corriendo con el último hálito que creía que le quedaba en vida para llegar a la aldea. Una vez allí, se presentó en la corte del Rey quien la recompensó por su valentía. Desde ese día, nunca llegó ningún ruido del bosque y los aldeanos vivieron en paz. Desde ese día, la campana volvió al templo y tintinea con el viento en presencia de los monos que visitan suelo sagrado.

Por eso se dice que no debemos temer a todo lo pequeño o desconocido, pues todo puede ser conquistado con astucia, sabiduría y coraje.

-La Campana Terrible, cuento tradicional hindú.

Por lo general, las sociedades formadas por los primates no humanos son mucho más individualistas que las de los primates humanos. Se atribuye esto a una mayor capacidad de las personas, aún cuando tienen muy corta edad, para colaborar y atribuir intenciones a los demás a diferencia de los otros grandes simios, que suelen utilizar la Teoría de la Mente para competir, por ejemplo, para conseguir parejas sexuales o recursos tróficos. También pueden llevar a cabo conductas altruistas o prosociales para ayudar a otros individuos, claro, pero a menudo hacen esto si no existe ningún tipo de competencia por los recursos y el esfuerzo que les supone es mínimo. En cambio, entre los humanos, las relaciones y jerarquías sociales no están controladas solo por el egoísmo y la dominación, sino que la colaboración y el altruismo son capitales. Tomasello, por ejemplo, plantea en este caso que las personas no cooperativas, los bien llamados parásitos o free-riders, tienden a ser dejados de lado en las actividades cooperativas y a ser castigados precisamente por ello. Las presiones ecológicas habrían puesto los comportamientos cooperativos o mutualistas previos en tal ventaja contra la competencia más agresiva, como podemos observar en otros grandes simios como los chimpancés, para crear una nueva presión selectiva que favoreciera nuevas habilidades y recursos cognitivos y conductuales, lo que implica nuevos desafíos de forma autocatalítica y habría dado lugar algo que se ha definido como intencionalidad colectiva, la capacidad para dirigirse conjuntamente entre individuos a objetos, hechos, estados de cosas, metas o valores.


Esta hipótesis explica que para tanto el desarrollo evolutivo del niño (ontogénesis) como la aparición del ser humano sobre la Tierra (filogénesis) ese nosotros implica una experiencia y un campo conceptual común además de una interacción recíproca mutualista, pues al ayudar a otro me ayudo a mí mismo ya que si pido algo o aporto algo sin esperar nada a cambio se establecen redes de confianza comunicativas y cooperativas en términos de comunidad, algo indispensable para la cognición social. En este camino bidireccional, las habilidades únicas de los humanos en cuanto a la intencionalidad conjunta y colectiva se adaptarán durante la vida del individuo mediante andamios (en términos constructivistas), no solo en habilidades simples como distinguir materia animada / inanimada, sino también en las convenciones comunicativas e instituciones que forman el entorno sociocultural, formando bucles de retroalimentación que enriquecen y profundizan tanto en el terreno cultural como las habilidades previas del individuo formando nuevos recursos que facilitan la intención conjunta de comunicarse, como es el lenguaje.

La intencionalidad colectiva impregna nuestra vida cotidiana, por ejemplo, cuando dos o más individuos cuidan o crían a un niño, hacen campaña para un partido político o animan a un equipo deportivo. Estas actitudes son relevantes porque juegan un papel crucial en la constitución del mundo social en el cual destacamos como no hacen otros primates. Viene, además, en una variedad de modos, o se compone de ellos, que incluyen intención compartida, atención conjunta, creencia compartida, aceptación colectiva o actitudes evaluativas colectivas.

En cuanto a la atención conjunta, el mundo se experimenta como una entidad colectiva que percibimos como compuesta por una pluralidad de agentes o sujetos lo que establece un sentido básico del terreno común en el que se puedan encontrar otros agentes como posibles cooperadores. La intención compartida permite a los participantes actuar juntos en ese mundo intencionalmente, de manera coordinada y cooperativa, y lograr objetivos colectivos. La capacidad de poseer una creencia compartida nos proporciona un acervo común de conocimiento, un elemento cultural y, por lo tanto, un trasfondo contra el cual la nueva información relevante que queremos compartir con los demás se vuelve relevante. La aceptación colectiva es un presupuesto central para la creación de un lenguaje y de todo un mundo de símbolos, instituciones y estatus social, lo que viene a ser clave para el andamiaje del desarrollo porque implica el conjunto de reglas y normas por los que nos regimos. Las actitudes evaluativas compartidas nos proporcionan una concepción del bien común a través de emociones, sentimientos y afectos colectivos, y en virtud de esto, podemos razonar desde la perspectiva de nuestros grupos y concebirnos a nosotros mismos en términos de nuestras identidades sociales y roles sociales, de nuestras necesidades y anhelos.

A la intencionalidad colectiva o compartida se le ha asignado un papel destacado en la investigación reciente desde la antropología, la primatología y la psicología, ya fuere bien desde un enfoque evolutivo o bien desde uno evolucionista. Algunos autores han sugerido que nuestra capacidad de tener intencionalidad compartida es la diferencia más básica entre los humanos y otros primates. La evidencia para esta afirmación es que, si bien otros primates parecen ser razonadores estratégicos aptos con un sentido impresionantemente desarrollado de lo que otros individuos perciben, la propensión a la conducta de señalar de manera declarativa como se observa en la primera infancia humana (que predice a la capacidad de intención conjunta), y la inclinación a la cooperación, incluso cuando esto no sirve de inmediato a los propios propósitos, es exclusivamente humana, y se argumenta en ese sentido que esta mentalidad cooperativa básica expresa la capacidad humana para la intención compartida.

El punto de partida habitual de la teoría de la intencionalidad se puede expresar de la siguiente manera: (1) la intencionalidad se considera una característica cognitiva, (2) las mentes, como entidades cognitivas, deben concebirse como mentes individuales (o mentes de individuos) y (3) parece que cada individuo tiene su propia mente. Llamamos a esta última declaración, que es el punto de este trío más relevante para el tema en cuestión, la Tesis de la Soberanía Individual. Pero, ¿cómo pueden compartirse las actitudes intencionales en algo más que un sentido meramente distributivo? Dicho de otra manera, ¿cómo puede ser cierto que llamemos colectivo a la suma de lo individual? Al enfrentar el desafío de hacer que la irreductibilidad sea compatible con la propiedad individual, mucho depende de dónde se coloca exactamente la colectividad en el análisis de la intencionalidad colectiva.

La intencionalidad, esto es, se divide comúnmente en tres características constitutivas. Primero, la intencionalidad posee un contenidoEl contenido de una actitud intencionada es cualquiera que sea la actitud en cuestión. Es decir, se rige por un principio recursivo, se puede definir la intención por sí misma. Por ejemplo, el contenido de tocar una campana es…tocar una campanaSegundo, la intencionalidad tiene un modoEl modo es lo que distingue un caso de miedo de un caso de intención, o una creencia de un deseo. Los modos básicos son las actitudes intencionales conativas o prácticas (como intenciones o deseos), actitudes intencionales cognitivas o teóricas (como creencias o percepciones) y actitudes afectivas o emocionales (como esperanzas y miedos). En este caso, disfrutar con la campana y repetir el tañido. Y tercero, la intencionalidad tiene un sujeto, es decir, una entidad cuya intencionalidad pertenece, y a quien puede atribuirse como su fuente o portadores, que son los monos.

Si bien existe un consenso ampliamente compartido entre los participantes de este debate de que no existe una reducción simple y directa de las actitudes intencionales colectivas a un conjunto de actitudes intencionales individuales, la cuestión de qué es exactamente colectivo acerca de la intencionalidad colectiva es muy controvertida. Cada uno de los tres componentes de las actitudes intencionales ha sido citado como el asiento o lugar de la colectividad en cuestión. Algunos autores afirman que la colectividad de una intención depende de un contenido colectivo, otros parecen considerar al modo, mientras que otros afirman que lo que es colectivo, sobre la intencionalidad colectiva, tiene que ser el sujeto. Si lo colectivo es el contenido, el hecho de que para que A y B tengan la intención de tocar la campana por la noche A y B han de tener la intención de tocar la campana juntos. Si lo colectivo es el modo, otros insisten en que el elemento de colectividad debe extenderse a la propia intención, pues A y B tienen la intención colectiva de tocar la campana (juntos). Por último, los que opinan que es el sujeto afirman que el elemento de unión está realmente en éste, pues A y B tienen que formar un sujeto plural o un grupo unificado que es el sujeto de tocar la campana.

¿Pero y si la intencionalidad colectiva o no, con sus características constitutivas, estuvieran subordinadas a otro elemento al que llamamos cognición causal? ¿Sería la cognición social un tipo de cognición causal, a su vez, al menos en los primates? El razonamiento o cognición causal alude a la capacidad de algunos animales de realizar inferencias entre relaciones causa-efecto con el añadido de poder conocer y utilizar dichos procesos naturales en un repertorio de conductas que pueden ir desde el uso de herramientas hasta la producción del lenguaje.

De ser así el no tan simple hecho de inferir lo que piense o lo que sienta el otro no dependería única y exclusivamente de establecer una relación entre las características propias de una intención, que también, sino que implicaría establecer una relación de causas tanto para contenido, modo o sujeto. Si el acto o contenido establece una causa y un efecto que es la propia acción hablaríamos de un elemento práxico pues establece la dirección del movimiento intencionado como principio y fin. La causa de que el mono toque la campana es el efecto de tocar la campana. Si el modo que establece la causa o el efecto es la intención, sensación o motivación para tocar la campana se establece entonces también otro elemento, ejecutivo, que permite iniciar la acción. Los monos tocaban la campana por curiosidad y por satisfacción, no sólo por el hecho de tocarla. Sin embargo, si la causa y el efecto de hacerla sonar es el sujeto, entonces implicaría a la cognición social porque estableceríamos la necesidad de conocer el mundo a través de elementos sociales, entre los cuáles nos encontramos y nos percibimos como tales. La interacción de tocar la campana, desde que se inicia en uno de ellos hasta que concluye en otro, implicar una interacción en bucle que permite establecer una mayor complejidad que el acto de actuar, sino quién actúa con qué y por qué yo le sigo o me percibo como competencia. La causa de que yo perciba o me perciba tocando o no la campana (efecto) sería observar a otro tocando la campana y la diferencia entre que se de o no una intencionalidad colectiva sería la cooperación, que no competencia, por tocar la campana.

Si el lenguaje es producto de la interacción de causas y efectos entre acciones, intenciones e individuos que se perciben entre ellos con la necesidad de cooperar y establecer otro timbre, la voz, que permitiera aumentar la complejidad de dichas interacciones, se fomentaría la noción del acto de ser, de estar y de pertenecer en términos de redes de confianza para poder comunicarnos y hacernos dependientes los unos de los otros a través de los actos, las intenciones, emociones y palabras, que no son más que la revelación y descripción de los anteriores que nos permiten entender y hacernos entender.

Pero entonces yo me pregunto, ¿es por ti, por mí o por nosotros? ¿Por quién doblan las campanas?

Referencias:

  • Marcus, E. (2012). Rational Causation. Cambridge, Massachusetts; London, England: Harvard University Press.
  • Parker, S. T. and Gibson, K. T. (1990): Language and intelligence in monkeys and apes. Cambridge, University Press.
  • Petersson, B. (2007). Collectivity and Circularity. The Journal of Philosophy, 104(3): 138–56.
  • Tomasello, M. (2010). Origins of Human Communication. Cambridge (MA): MIT Press.
  • Tomasello, M. (2018). Becoming Human: A Theory of Ontogeny. Harvard University Press.
  • Tomasello, M. & Call, J. (1997). Primate Cognition. Oxford University Press.
  • Tomasello, M., & Carpenter, M. (2007). Shared intentionality. Developmental Science, 10 (1), 121–125.
  • Tomasello, M., & Racokzy, H. (2003). What Makes Human Cognition Unique? From Individual to Shared to Collective Intentionality. Mind & Language, 18 (2): 121–147.
  • Tuomela, R. (1984). A Theory of Social Action. Reidel, Dordrecht.
  • Tuomela, R., & Miller, K. (1988).We-intentions. Philosophical Studies, 53(3), 367–389.

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2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. JoseAngel dice:

    Muy interesante artículo sobre la creación de intencionalidades sociales complejas. Me viene a la mente la creación de unidad y coordinación en el grupo, y de reorientación organizada de conflictos, a través de rituales de agresión coordinada y mimética (pienso en los estudios sobre mímesis y violencia de René Girard). Y una cuestión. A partir de esta reflexión donde dice, sobre la mímesis de comportamiento en los monos: «La interacción de tocar la campana, desde que se inicia en uno de ellos hasta que concluye en otro, implica una interacción en bucle que permite establecer una mayor complejidad que el acto de actuar, sino quién actúa con qué y por qué yo le sigo o me percibo como competencia.» Estas interacciones en bucle tienen efectos para la constitución del sujeto una vez se interiorizan; algunas reflexiones sobre este tipo de bucles en la psicología social de G. H. Meas nos podrían llevar en esta dirección. Pero más en concreto: esta intencionalidad colectiva y compartida se afina y retroalimenta cuando se enfrenta, miméticamente y dialécticamente, a OTRA intencionalidad semejante a ella. Aquí volvemos a la importancia de la agresión, la cohesión social y la competición entre grupos. Es importante entre los primates, como se señala aquí, el desarrollo de una cooperación avanzada, pero esta cooperación dentro del grupo (que tampoco excluye otras dinámicas de competencia intragrupal entre los individuos) viene a potenciarse especialmente cuando entra en una dinámica de enfrentamiento a OTRA cooperación avanzada en otro grupo, es decir, cooperación social y competencia entre grupos van necesariamente unidas una vez se alcanza una complejidad suficiente, en especial cuando se identifican capacidades intencionales y se desarrolla la capacidad de planificar ataques, agresiones, defensas, etc. A nivel de grupos más avanzado todavía, claro, aparecerán dinámicas superiores, de cooperación entre grupos, alianzas, de cara a la agresión a un tercer grupo. Y así sucesivamente. En suma, que la cognición social, el desarrollo de intencionalidad compleja, lleva aparejado el desarrollo de dinámicas también complejas no sólo de cooperación, sino de competición y agresión, una dinámica que alcanza su máximo desarrollo en la intencionalidad y socialidad compleja de los humanos, demasiado humanos y a la vez demasiado primates, que de ahí no nos saca nadie de momento—a no ser que entendamos por superar estas dinámicas el hecho de que agresión directa se sustituye muchas veces por formas más simbólicas y elaboradas de agresión y de competición, y por dinámicas económicas de cooperación y confrontación mucho más complejas, lo que llamamos la historia.

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  2. JoseAngel dice:

    *G. H. Mead (George Herbert Mead).

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