Paleantropología & Paleoneurología
Maynard Smith y Szathmary propusieron que a lo largo de toda la evolución ha habido un pequeño número de transiciones importantes, en las que las reglas del mundo biológico cambian (por ejemplo, cuando evolucionó la reproducción sexual), y en las que surgió una mayor complejidad. La evolución humana estaba en esa lista, en parte porque los humanos poseen un nuevo medio de transmisión de información, esto es, el lenguaje y la cultura, con lo que potencialmente cambian las reglas de la evolución. De esto se pueden hacer tres observaciones generales.
La primera es que los cambios están ampliamente dispersos en el rango de evolución de homínidos, como era de esperar. Esto enfatiza que la transición a los rasgos adaptativos humanos sea acumulativa, que no dependa de una sola fase de transición. La segunda observación es que, dentro de esa distribución dispersa, hay tres períodos de transición relativamente distintos cuando (1) existe una tasa de cambio relativamente alta en varios rasgos y (2) cada uno de estos posee un carácter adaptativo distintivo. En términos generales, se puede considerar que están en el Plioceno, durante el Plio-Pleistoceno y en el Cuaternario. Cabe señalar, sin embargo, que representan escalas muy diferentes: las dos primeras abarcan millones de años, las últimas menos de medio millón de años. La resolución con la que podemos ver estos cambios es, por lo tanto, muy diferente, y referirnos a ellos como si representaran el mismo modo y tempo probablemente sea engañoso. Además, algunas ‘transiciones cuaternarias posteriores’ podrían ocurrir dentro de los marcos de tiempo de las anteriores, sin necesidad de obviarlas.
La tercera observación es que cada uno de los tres períodos de transición es distintivo en su carácter, por motivos propios, en relación con diferentes aspectos de los homininos y la adaptación humana. La transición del Plioceno, en la medida en que la evidencia lo puede mostrar, parece estar relacionada con patrones de locomoción (esto es, bipedestación y marcha), además de comportamiento variable, lo que sugiere un nuevo hábitat y nicho ecológico, posiblemente a medida que el medio ambiente se volviera más dominado por bosques y pastizales. Pero, a su vez, también por una mayor fluidez cognitiva inherente que permitiera una nueva amplitud de medidas para resolver situaciones novedosas.
Inevitablemente, habría habido cambios en la dieta, el comportamiento y la socioecología a medida que las poblaciones respondían a los nuevos entornos, pero la ausencia de evidencia arqueológica hace que sea difícil de detectar. El posible cambio en la reducción de los caninos y la relación de perfeccionamiento canino/premolar proporciona alguna indicación de estos (como se ve en Ardipithecus ramidus), y el cambio en el isótopo de C3 a C3/C4 mixto en Australopithecus afarensis al final de esta fase, pues la evidencia sugiere que el grado de especialización y adaptación árida fue única entre los simios. En otros aspectos para la transmisión cultural y cognición, por ejemplo, es probable que las nuevas zonas de adaptación de los primeros homínidos no hubiera sido sustancialmente diferente en escala de la de otras especies de simios, siendo una transición de ecología energética y de alcance, con consecuencias para la organización social y el tamaño del grupo, principalmente.
Las transiciones del Plio-Pleistoceno son complejas y están mucho mejor documentadas. Se diría que esto ocurre durante el período de aproximadamente 3.5 Mya a 1.5 Mya, un enorme lapso de tiempo. Los primeros elementos de esta transición serían la aparición de herramientas de piedra en Lomekwi de 3,3 Mya, mientras que otros incluirían la primera evidencia para el procesamiento de animales usando herramientas (3.4 Mya), y la aparición del género Homo, o más precisamente, los fenotipos asociados con el linaje humano, a saber, cerebros más grandes, dentición poscanina reducida, cara menos prognática y el desarrollo de torus supraorbitales distintivos. La primera parte de esta transición (2.8–1.9 Mya) muestra signos variables, con diferentes grupos fósiles que definieron la nueva zona adaptativa, en gran medida mostrando un mosaico de tendencias en lugar de una simple trayectoria evolutiva, como era de esperar.
Esta tendencia se vuelve más unificada después de 2 Mya, con la apariencia de un conjunto más integrado de rasgos: una forma corporal y un estilo locomotor similar al de los humanos modernos (KNM-WT 15000, de 1.6 Mya), un tamaño del cerebro significativamente mayor (KNM-ER 3733 , con 850 cm 3) y un cambio hacia una estrategia de historia de vida definitivamente más moderna. La evidencia de la tecnología para la primera parte del período, por su parte, es muy limitada, pero desde aproximadamente 1,8 Mya hay un aumento sustancial en el número de yacimientos y el tamaño de los restos de industria lítica, lo que sugiere un cambio a un patrón más habitual de uso de herramientas.
Aproximadamente al mismo tiempo, la evidencia de consumo de animales como resultado de la caza aumenta notablemente. El final de este período también está asociado con la extinción de los australopitecos, además de la evolución de los miembros transicionales y tempranos del género Homo y los parantropinos, lo que sugiere un cambio sustancial en la estructura del nicho ecológico y, en general, una nueva zona adaptativa para los homínidos. También parece ser la base de las primeras dispersiones en el norte de África y Eurasia. Sin embargo, quizás el punto principal a enfatizar para esta compleja transición conductual y de historia de vida es que no es un evento único, sino que se extiende por más de un millón de años y es probable que sea el producto de múltiples cambios microevolutivos más pequeños que dieran lugar a la diversidad de especies homoninas.
La extensión del cambio que ocurre un millón de años después hace ver que esta no es la zona adaptativa completamente nueva de los humanos ya que, desde aproximadamente 0,5 Mya, hay otra fase de cambio sustancial. Esto podría resumirse como la evolución de H. sapiens, pero dado que algunos de los rasgos son compartidos por el linaje neandertal, puede ser una fase que cubra tanto el cambio a un antepasado común a todos los Homo con cerebros más grandes, y no únicamente a los humanos modernos, dependiendo de los rasgos anteriormente mencionados. Esta transición del Cuaternario se centra en los principales cambios conductuales, cognitivos y culturales. Hay un aumento sustancial en el tamaño del cerebro a lo largo del período, y cambios en la morfología craneal y la robustez general, pero en comparación con los cambios físicos que tienen lugar en las transiciones anteriores, estos son relativamente menores. Sin embargo, en los aspectos de comportamiento y culturales hay un cambio importante, tanto en el desarrollo de nuevos rasgos como en la tasa de cambio, que se ve acelerada. Los elementos clave de esta fase de la evolución humana han sido bien estudiados: un aumento de las tasas de cambio y una mayor complejidad en la tecnología, la aparición de entidades e identidades regionales, mayores densidades de población, evidencia de procesos culturales complejos, pensamiento simbólico y lenguaje. El período de tiempo involucrado, menos de 0.5 Mya, es significativo pues es mucho más corto que los varios millones de años de las otras dos transiciones.
Hay pocas dudas de que los humanos ocupan una nueva zona adaptativa, inexplorada antes. En este contexto, se puede argumentar con seguridad que la evolución humana comprende en gran medida el tercer nivel de cambio evolutivo, comparable con las primeras criaturas terrestres. Sin embargo, la riqueza de la evidencia arqueológica y fósil indica fuertemente que el cambio se produce a lo largo de los últimos siete millones de años transcurridos desde la divergencia del último antepasado común con los chimpancés y, a su vez, consiste en tres fases separadas de cambio adaptativo sustancial. El primero de ellos está relacionado con la locomoción, el forrajeo y las adaptaciones del hábitat; el segundo a un conjunto de cambios de comportamiento que están vinculados a un cambio en la dieta, los medios de adquisición de recursos (tecnología) y la estrategia de historia de vida; y el último está fuertemente basado en cambios cognitivos y de comportamiento.
Hay varios candidatos obvios que podrían conducir a tal transformación: dependencia tecnológica (y, por tanto, tectonoética), del lenguaje, de la cultura acumulativa, de altos niveles de cooperación reproductiva (véase el caso de las abuelas), de los nuevos hábitats, y de la cooperación más allá de los individuos relacionados con el parentesco. Hasta cierto punto, todos están relacionados entre sí, de modo que probablemente sea imposible desentrañar cuál es el elemento clave. El lenguaje, por ejemplo, podría ser la fuerza impulsora, como Maynard Smith y Szathmáry argumentaran originalmente, ya que es un medio de comunicación completamente nuevo y, por lo tanto, de transmisión de información. Sin embargo, es probable que los niveles extremos subyacentes de cooperación social, tanto para la crianza como para la construcción de la tolerancia social, estén tan en el centro del proceso como el lenguaje mismo. Del mismo modo, es poco probable que los altos niveles de comunicación y cooperación, que forman la base de la sociedad moderna, fueran posibles sin habilidades tecnológicas. Por lo tanto, el elemento clave sigue siendo difícil de alcanzar si lo vemos como un elemento separado y no como el mosaico que es para dar lugar a lo que somos. Mi opinión es que la complejidad e intensidad de las relaciones, identidades y necesidades humanas pueden ser ese eslabón perdido y la piedra angular para comprendernos.
[3ª parte]
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Referencias:
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