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Cognición Animal & Arqueología Cognitiva
La danza es una de las facetas más ricas de la expresión humana y se puede encontrar con asombrosa abundancia de formas en todas las culturas del mundo, desde el chotis madrileño hasta el tango argentino. Sin embargo parece que no existen, al menos aparentemente, comportamientos paralelos o similares entre nuestros parientes más cercanos como son los otros grandes simios, cuestionando el cómo y el por qué del surgir de este rasgo dentro de la rama terminal de nuestro árbol filogenético. Asimismo, la danza como tal se basa en el arrastre rítmico: la capacidad de (al menos) dos personas para sincronizarse con precisión instantánea en un ritmo compartido y constante, que se manifiesta característicamente a través del movimiento de todo el cuerpo. Ya sea visto como un subproducto evolutivo, o una adaptación para promover la cohesión social para la religión o la guerra, abundan las especulaciones sobre posibles escenarios para la aparición del arrastre rítmico en el clado humano.
Sin embargo, la evidencia reunida a día de hoy dentro del orden de los primates no pinta una imagen muy coherente de cómo la evolución de la danza pudo haber jugado su papel en nuestra historia. Por ejemplo, los estudios experimentales con monos y grandes simios se han centrado en la sincronización rítmica preparada por sus cuidadores bajo protocolos de entrenamiento dedicados al enriquecimiento cognitivo donde los sujetos no se involucraban realmente en la tarea. Por otra parte, en condiciones naturales, sabemos que los primates no humanos participan en comportamientos rítmicos algunos de los cuales se pueden comparar, a un nivel puramente mecánico, con el uso de instrumentos musicales.
Pero entonces, ¿nuestros parientes más cercanos son capaces de crear danzas? Hace poco vimos como dos chimpancés hembras del zoológico de San Luis (Missouri, EE.UU), Holly y Bahkahri, participaban en el bipedalismo acoplado, sincrónico, endógeno y estereotipado, una tras otra en contacto cercano, de manera similar a lo que conocemos como la conga. Ocupaban en todo momento la misma posición relativa entre sí durante esta danza, con Holly en la parte delantera y Bahkahri en la trasera. Las dos hembras tienen la misma edad y ambas nacieron en 1998, con dos semanas de diferencia y en diferentes zoológicos. Ambas fueron transladadas sin sus madres cuando tenían menos de 4 meses, donde han vivido prácticamente toda su vida, aunque el momento exacto del inicio del comportamiento es incierto.
Es probable que éste surgiera como resultado de una privación sensorial y social temprana antes de que las transladaran a su institución acreditada actual. Se sabe que el desarrollo del movimiento estereotípico ocurre en condiciones similares en otros primates, incluidos los niños humanos que se encuentran institucionalizados, debido a la falta de contacto materno y de apego durante la infancia. Dado que los comportamientos estereotípicos surgen espontáneamente, éste podría ser también el caso con este ejemplo único de co-estereotipia sincronizada.
También sabemos que los chimpancés imitan los comportamientos de los visitantes del zoológico, pero estos casos de imitación involucran un comportamiento individual no rítmico y exógeno. Es decir preparado por un agente externo, en este caso los seres humanos que se postran delante de los animales creyéndose graciosos y asustando deliberadamente a las criaturas que tienen delante. Sin embargo, este caso único de arrastre rítmico en chimpancés involucraba un contacto físico cercano entre dos individuos y, además, de carácter endógeno. Esta conexión multimodal entre individuos, táctil más visual, probablemente facilitó mantener un ritmo compartido.
Esta presencia, la de contacto físico sostenido y proximidad, sugiere que los individuos también pueden haber aprovechado los beneficios neurofisiológicos donde el contacto prosocial actúa como un regulador en presencia de estresores, de manera similar a otros comportamientos generalizados en los primates, como el allogrooming o el consuelo ante la pérdida y el duelo. Este efecto podría ayudar a explicar por qué los individuos se involucraron espontáneamente en este, en apariencia, extraño comportamiento durante el transcurso de varios años, en ausencia aparente de una función identificable o de recompensa externa.
Se ha sugerido que durante nuestra historia evolutiva, los humanos han desarrollado comportamientos sincronizados como un medio para la vinculación social a gran escala. Sin embargo, cualquier mecanismo especulativo o putativo a gran escala no podría haber evolucionado en ausencia de mecanismos funcionales a pequeña escala que pudieran haber sido seleccionados en primer lugar. Es decir, el arrastre rítmico del chimpancé indica que algunos beneficios sociales podrían haber surgido de abajo hacia arriba comenzando en el nivel social más bajo, es decir, entre dos individuos.
De hecho, el comportamiento prosocial en los bailarines humanos, es decir, cuánto se quieren y se lo demuestran o cómo se sienten hacia su grupo y cubren las necesidades de éste ayudando, surge cuando se mantiene la sincronía entre individuos específicos, pero no cuando la sincronía se coordina unitariamente a través de un grupo mayor. Esto indica que, a pesar de que los humanos han desarrollado medios culturales para sincronizar el comportamiento de grandes grupos como, por ejemplo, en las marchas militares o en las congregaciones religiosas, la mayoría de los efectos fisiológicos y los beneficios extraídos de la sincronía se derivan de las interacciones sincronizadas en un pequeño nivel interindividual. Aquí, menos es más.
Tales efectos entre individuos ya se observan en niños humanos, donde la sincronía permite, y aumenta, el comportamiento prosocial en bebés y niños prepúberes. Estos datos humanos y el caso del arrastre rítmico, al menos en chimpancés, sugieren que la danza puede haber surgido originalmente de interacciones diádicas, en lugar de haber surgido para satisfacer las demandas y necesidades de un gran grupo de antepasados humanos, y que ésta junto a otras destrezas motrices sincrónicas pueden no haber consistido originalmente en un conjunto multimodal de conductas auditivas, visuales y hápticas, como ocurre hoy en día, sino que podría haber comenzado como un comportamiento mudo y puramente práctico. El reclutamiento de otras capacidades motoras cognitivas y, en particular, de un sonido sincrónico simultáneo, podría haber ocurrido en etapas posteriores de la evolución del baile lo que hace que tenga, inherentemente, implicaciones para las teorías evolucionistas del habla y el lenguaje. Se ha propuesto, de hecho, que solo las especies capaces de aprendizaje vocal (y producción) pueden percibir el ritmo y la sincronización. Dicha hipótesis no reconoce a los otros grandes simios como aprendices vocales, pero existe evidencia tanto de arraigo social como para el aprendizaje y producción vocal en los otros grandes simios, lo que indica que éstos deberían incluirse en el marco comparativo en base a esta hipótesis.
A su vez, debido a su naturaleza repetitiva y porque involucraba chimpancés cautivos, el arrastre rítmico podría interpretarse como un comportamiento estereotípico. Esta posibilidad plantea preguntas que invitan a la reflexión sobre los inductores socioecológicos para los comportamientos de proto-danza en el linaje humano. En comparación con los requisitos cognitivos para la evolución de la danza y la música, la paleoecología para la evolución de éstas ha permanecido prácticamente ignorada. Debido a que el comportamiento es estereotípico en animales cautivos, incluidos los primates, puede estar asociado con el confinamiento y la angustia, y es concebible que las condiciones naturales que imponen efectos similares podrían haber desempeñado un papel en el surgimiento de la danza y quizás, más adelante, en la música y el lenguaje. A esto lo llamamos la Hipótesis de la Cohesión Social.
Para explicarlo os pondré el siguiente ejemplo. El cambio paleoclimático que influyó sobre la disponibilidad y distribución de las fuentes de alimentos impulsó el estrés fisiológico y la competencia intragrupal e intergrupal, efectos que se habrían exacerbado aún más en las situaciones donde las homininos ancestrales se veían restringidos en regiones delimitadas de hábitat o refugios ecológicos. Estas condiciones podrían haber causado efectos de confinamiento similares a los experimentados en cautiverio. Del mismo modo, si la adopción de un sistema cooperativo de mejora de la cohabitación ante el confinamiento de muchos individuos tuvo lugar a lo largo del linaje humano, esto podría haber llevado a las personas a vivir en nichos llenos de gente, con individuos reproductivos o no, y con estrategias que derivarían en la reducción de la agresividad más inmediata, contribuyendo a la limitación del dimorfismo sexual, al Síndrome de Autodomesticación y a las estrategias de reducción del conflicto, como el lenguaje y otros movimientos sincrónicos que estimularían la construcción de nichos culturales y la diversidad de nuestra especie. El arrastre rítmico puede haber surgido, probablemente entonces, como una co-estereotipia sincrónica para afrontar el estrés bajo un aumento de éste, inducido ecológica y socialmente. O por aburrimiento, que también da gusto.
[1ª parte]
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Referencias:
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