Domesticación (2). La bondad y su paradoja.

Biología & Genética

[Otra historia de violencia 1/2]

1. Animales autodomesticados.

Darwin mostró que los mamíferos domesticados tienden a compartir una variedad de similitudes en su apariencia, anatomía y comportamiento, un conjunto de rasgos fenotípicos al que ahora llamamos síndrome de domesticación. La cría experimental controlada ha demostrado la rápida aparición de este síndrome en varias poblaciones de mamíferos seleccionadas por una agresividad reactiva, amortiguada por una respuesta anterior al estrés a la que llamamos docilidad. De hecho, la domesticación abarca un conjunto completo de cambios genéticos que surgen cuando una especie, a su vez, se cría para ser más amigable y menos agresiva. Más bondadosa desde el prisma humano. Esto ha llevado a la formulación de la hipótesis según la cual los humanos modernos pasaron por un proceso de auto-domesticación en el curso de su historia evolutiva que explicara dichos rasgos. Por qué si sigue existiendo la agresión reactiva en nuestra especie, ésta es menor en términos comparativos con otros grandes simios; por qué somos más sensibles y dóciles, y por qué tenemos una noción de lo que es correcto e injusto.

La evidencia reciente, junto con la distinción bien justificada entre domesticación y cría selectiva, también está extendiendo esta noción a otras especies que podrían haber sufrido una fase de auto-domesticación, como gatos, perros y bonobos. En perros y zorros domesticados, por ejemplo, muchos cambios son físicos: dientes y cráneos más pequeños, orejas flexibles y colas más cortas y rizadas. Leach consideró cuatro características utilizadas por los arqueólogos para reconocer una especie domesticada en el registro fósil, a saber, una reducción en la masa corporal, acortamiento de la cara acompañado por una reducción en el tamaño de los dientes, disminución del dimorfismo sexual debido a la feminización de toda la especie y una reducción en capacidad craneal. Leach mostró que los cuatro rasgos se encuentran en H. sapiens, y pese a que la capacidad craneal no se redujo hasta el final del Pleistoceno, la importancia de su reducción ha sido cuestionada aunque recientemente ha aumentado el interés por comprobar si nuestra especie tiene este, de verdad, síndrome.

Los humanos anatómicamente modernos exhiben un conjunto de características craneofaciales y prosociales que recuerdan los rasgos que distinguen a las especies domesticadas de sus contrapartes salvajes y, actualmente, el primer registro de un linaje de H. sapiens proviene de hace aproximadamente 315,000 años de Jebel Irhoud, Marruecos. Los especímenes de Jebel Irhoud tienen caras cortas, dientes pequeños y crestas sagitales reducidas en comparación con sus antepasados pre-sapiens, lo que los convierte en los primeros especímenes humanos en mostrar características del síndrome de domesticación. La evidencia a favor sugiere que nuestra especie desarrolló una mayor docilidad que nuestros antepasados, aún cuando las comparaciones en el comportamiento con especies prehistóricas son especulativas. De hecho, el alto grado de docilidad que es característico de los humanos y los animales domésticos depende de una baja propensión a la agresión reactiva, pero se desconoce qué relación tiene con la agresión proactiva, si la hay. Sin embargo, en apoyo hacia la relativa docilidad de los humanos modernos como subproducto derivado de la selección sexual, las frecuencias de conflicto agresivo dentro del grupo son de hasta 100 órdenes de magnitud más bajas que las encontradas entre nuestros parientes más cercanos, los chimpancés (Pan troglodytes) y bonobos (Pan paniscus). Curiosamente, varios rasgos vistos en los bonobos y en los humanos sugieren que las interacciones intraespecíficas pueden impulsar un proceso de domesticación a través de la selección socio-sexual para una mayor tolerancia social y menos agresión reactiva.

En el H. sapiens, se cree que este proceso permitió una capacidad cooperativa expandida, lo que condujo a un mejor intercambio de conocimientos y lenguaje, promoviendo así la complejidad social, los nichos culturales y el avance tecnológico. Por lo tanto, como la auto-domesticación representa un caso especial de domesticación, esta hipótesis también implica la predicción de que los aspectos clave de la anatomía y la cognición de los humanos modernos pueden iluminarse a través del estudio de este síndrome, el conjunto central de rasgos relacionados con la domesticación que se propuso recientemente como resultado de déficits leves de las células madre de la cresta neural y la reducción del tamaño global del encéfalo.

Las presiones de selección favorecieron tanto la transmisión cultural como la reducción de la agresión en H. sapiens pero son, a su vez, tema de debate, aunque recientemente se ha argumentado que la agresividad humana se presenta en dos formas principales, reactiva (o impulsiva) y proactiva (o premeditada), cada una con su propia neurobiología distintiva y por presiones evolutivas distintas.

Durante la domesticación, las estructuras límbicas se reducen particularmente. Un ejemplo lo encontramos con la reducción del tamaño de la amígdala en la mayoría de los mamíferos domesticados, aunque se distribuya de manera irregular entre regiones basolaterales y centrales, probablemente crucial para lograr una menor reactividad agresiva y, en consecuencia, para promover y extender los lazos sociales, además del aprendizaje vicario. Sin embargo, la evidencia disponible actualmente sugiere que los humanos tienen componentes límbicos relativamente más grandes en lugar de más pequeños como el hipocampo y la amígdala, así como corteza orbito-frontal, al menos en comparación con otros grandes simios vivos.

Otros cambios morfológicos como los de la corteza parietal se describen ya entre las primeras poblaciones de H. sapiens (por ejemplo, hace 100–300 mil años), pero se detectan principalmente en especímenes posteriores, aproximadamente en el momento en que el registro arqueológico comienza a mostrar herramientas complejas, tecnología de proyectiles y arte rupestre complejo. Aún así, la expansión de la corteza parietal tiene un recorrido muy largo y va de la mano de las grandes adaptaciones que fueron probablemente producto de nuestra relación necesaria con una dieta cocinada y, por ende, con el fuego, fue la mutación inactivadora en el gen de la miosina MYH16, planteando la posibilidad de que la disminución en el tamaño del músculo masticatorio, que a su vez determinó en parte una reducción de la dentición y la tensión en la masticación, eliminó una restricción evolutiva en la encefalización hará unos 2,4 millones de años.

La corteza parietal está involucrada en múltiples tareas de asociación, pero es particularmente crucial para la integración visuoespacial (unir cuerpo y visión, y coordinar ojo y mano) y es fundamental para funciones como imágenes visuales, simulación de espacio y tiempo centrada en el cuerpo y autoconciencia, factores clave que permiten descargar y exportar funciones cognitivas a componentes externos (especialmente tecnología), integrando así herramientas en esquemas cognitivos del cuerpo y ciertas funciones ejecutivas, como la flexibilidad cognitiva. Estos desarrollos, y este marco temporal, también se han asociado con reducciones en algunas regiones de la morfología craneofacial masculina como el arco supraciliar que, se cree, indican un proceso de domesticación humana en términos de facilitación en la comunicación entre conespecíficos y la propiocepción del individuo como ser propio y único. Si la auto-domesticación fue un proceso crucial en la evolución humana moderna, y si la extensión de la herramienta corporal y la imagen visual han sido factores clave en el desarrollo moderno de la corteza parietal humana, tiene sentido esperar alguna interacción entre sus causas, efectos y mecanismos funcionales, así como la expansión de otras regiones.

En los primates, el tamaño absoluto del cerebro predice el número de neuronas y está fuertemente correlacionado con la capacidad de inhibir las respuestas reactivas. Hare sugirió que la auto-domesticación podría promoverse mediante una mayor capacidad de autocontrol que conduzca a un menor uso de la agresión reactiva. Esta idea atribuyó un mayor autocontrol a una consecuencia incidental de un aumento en el tamaño del cuerpo y un aumento concomitante, por tanto, en el tamaño de ciertas regiones del cerebro, y consideró que la hipótesis del autocontrol se ajusta a una interpretación de la relación alométrica entre el tamaño del cerebro y el tamaño del cuerpo que hace que los cerebros humanos se vuelvan notablemente grandes hasta unos 500,000-600,000 años atrás. Incluso una fecha tan tardía, sin embargo, encaja incómodamente con el origen de H. sapiens hace unos 300,000 años. Aún así, para entender qué es el autocontrol debemos entender primero el papel de cómo competimos, atraemos y cooperamos con nuestros conespecíficos.

2. La bondad y su paradoja.

Boehm y Gintis propusieron que el cambio de un estilo típico de primates donde el dominio de machos alfa pasara a una “jerarquía masculina igualitaria” de cazadores-recolectores móviles dependió de que los machos de bajo estatus y acervo genético formaran coaliciones basadas en la conspiración de un proto-lenguaje, y en una planificación junto a una coordinación lo suficientemente útiles como para que les permitieran dominar al alfa original a través de estilos indirectos de competencia intrasexual. Este argumento tiene sus raíces en una rica literatura sobre los mecanismos de nivelación propios de la evolución cultural que mantienen el igualitarismo en la sociedad a pequeña escala como sistema de protección ante elementos despóticos. De hecho, incluso entre los machos individuales contemporáneos de H. Sapiens, auto-domesticados, ocasionalmente se intenta usar la fuerza para dominar a un grupo. Es decir, si un posible déspota se resiste a ser controlado por mecanismos como el ridículo, las reprimendas o el ostracismo, puede ser ejecutado.

La ejecución eficiente de estos déspotas habría llevado a la selección de la conspiración a través del lenguaje contra la agresión reactiva, el argumento principal de esta hipótesis con una doble dirección: por un lado la reducción de la agresividad y por otro la formación de nichos culturales cada vez más complejos, dando lugar a un bucle de retroalimentación donde ambos rasgos se verían beneficiados por una comprensión, con marico normativo cultural, de lo moral. Henrich ha argumentado de manera similar que «las comunidades humanas domesticaron a sus miembros» cuando los infractores de las normas sociales fueron sometidos a una serie de sanciones cada vez mayores, que terminaron en ejecución planificada. Si bien Henrich no abordó directamente el declive de la agresión reactiva, enfatizó que el proceso de auto-domesticación dependía de la evolución de una psicología normal o normativa, incluida la conciencia de que existen normas que hay que respetar, al igual que a los otros miembros cooperadores de la comunidad. Muestras de bondad y prosocialidad que dependían de un equilibrio que no fuera alterado por infractores.

Una característica importante de las ejecuciones es que se pueden planificar mediante una agresión proactiva y coordinada. Esto significa que los verdugos crean artimañas para matar a una víctima en una circunstancia en la que luchar es esencialmente imposible como, por ejemplo, cuando se encuentra en inferioridad numérica y, como resultado, los asesinos incurren en costes muy bajos. La ejecución arquetípica, de acuerdo con la hipótesis de la conspiración basada en el lenguaje, implica matar por agresión proactiva e instrumental a un macho que utilizó la agresión reactiva para intentar dominar a los retadores de su poder social. El hecho de que la agresión proactiva y reactiva implique diferentes mecanismos neurobiológicos significa que, bajo un régimen selectivo de machos alfa ejecutados, la propensión a la reacción proactiva puede permanecer alta, mientras que la propensión a la agresión reactiva disminuye a lo largo del curso evolutivo de nuestra especie.

Este escenario está respaldado, según estos autores, por el hecho de que la pena capital se haya registrado entre cazadores-recolectores en todos los continentes, residuo de nuestra historia evolutiva, y que los agresores sean un tipo común de víctima. La capacidad de realizar ejecuciones planificadas significa, además, que los asesinos deben compartir intenciones explícitas entre sí, una capacidad que es exclusiva de los humanos. Los chimpancés no pueden comunicar verbalmente a los demás que desean matar a un individuo en particular, y mucho menos justificar su deseo, averiguar si su pareja siente lo mismo o planear reunirse en algún momento futuro en un lugar específico para llevar a cabo la acción, sino que depende de una forma sofisticada de lenguaje. Por esas razones, la conspiración basada en el lenguaje parece ser un requisito previo vital para controlar a un posible déspota en una sociedad móvil de cazadores-recolectores, y parece haber sido igualmente importante en el pasado, así como en el presente. De lo que adolece esta postura es de algo, si cabe, más importante según mi visión de las cosas: el establecimiento de normas dentro de un continuo cultural puede favorecer, como presión selectiva, la eliminación paulatina de la agresividad reactiva.

En resumen, la hipótesis de la conspiración basada en el lenguaje puede explicar por qué la agresión reactiva ha ido disminuyendo, por qué apareció el lenguaje verbal y por qué ocurrió solo en H. sapiens, pero también por qué apareció la docilidad en nuestra especie, los actos de bondad directamente asociados a ésta y la sensibilidad propia de elementos cuyo bienestar está cada vez más modulado por elementos culturales y contextuales, con marcos normativos, siendo elementos indispensables para entender cómo evolucionó la complejidad de la selección social entre individuos y sus consecuencias para con la diversidad de los seres humanos. La fuerza que permitiría establecer lo que es correcto y lo que no. Lo que es bueno y necesario por la fuerza para proteger a un grupo compuesto de individuos cada vez más conscientes del prójimo y, por tanto, de sí mismos. Conscientes de las pequeñas cosas que llenan la vida y mantienen el mal a raya. Lo paradójico y humano, en definitiva, de vencer al mal con un mal mayor.

[Continuará…]

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4 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Alejandro Rujano dice:

    Muy buena entrada, José. Pero un comentario crítico respecto a este párrafo: «En perros y zorros domesticados, por ejemplo, muchos cambios son físicos: dientes y cráneos más pequeños, orejas flexibles y colas más cortas y rizadas». Supongo que te refieres especialmente al famoso experimento del siglo pasado con zorros domésticos rusos. En realidad, un grupo de investigadores que reanalizó recientemente los datos históricos reveló que muchas de las características físicas (orejas caídas y pelaje moteado) que se atribuyeron al síndrome de domesticación ya existían, y en muchas de las especies estudiadas los datos no apoyan la afirmación de que los cambios conductuales están acompañados por cambios morfológicos (https://www.cell.com/trends/ecology-evolution/fulltext/S0169-5347(19)30302-7).

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    1. Gracias por el feedback, Alejandro. Le echaré un vistazo al artículo que me enlazas y me lo estudiaré a fondo. Si se me ocurre alguna entrada relacionada, te la dedico. Un abrazo.

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